Diario de un neurocirujano
Pacientes despiertos, las 5 dimensiones del cerebro
y un cambio de paradigma
Libro Autor Jesús Martín-Fernández
EDITOR PLANETA PAIDOS
PRIMERA EDICIÓN 2025
LIBRO RECOMENDADO
Este
aporte a las neurociencias es de celebrar; escrito en primera persona, lo hace
más cercano a nuestro pensar y acontecer de cada día
La
historia del doctor Jesús Martín-Fernández, el «neurocirujano de las emociones»
que ha revolucionado la medicina con sus descubrimientos.
En
febrero de 2023, el doctor Jesús Martín-Fernández llevó a cabo, con éxito, la
primera cirugía cerebral despierta en la que se utilizó un test de inteligencia
artificial para identificar y preservar las emociones del paciente. Con este
hito, no solo revoluciona la medicina actual, sino que abre la puerta a nuevas
y fascinantes teorías sobre el órgano más misterioso del cuerpo humano, el
cerebro.
Con
gran destreza narrativa y a través de un relato sincero y sin tapujos, el
doctor Martín-Fernández nos invita a su quirófano para vivir en primera persona
la emoción y la responsabilidad de tener en sus manos la vida de sus pacientes.
Nos adentraremos en las historias de pacientes con tumores cerebrales de
extrema complejidad, como el caso de Yolanda —la primera persona con la que se
utilizó el test de inteligencia artificial para conservar las emociones—, el de
un pianista al que se le practicó una cirugía a la carta para proteger sus
habilidades musicales, el de una intérprete políglota que debe mantener sus
cinco idiomas, o incluso en el de un paciente que describe con detalle cómo
vivió una experiencia extracorpórea durante la operación. Asimismo, a lo largo
de este relato descubriremos cómo algunas de las teorías que dábamos por
ciertas sobre el cerebro humano deben ser reformuladas ante los nuevos
hallazgos de la neurociencia.
Dime
qué sientes es un testimonio de cómo la valentía y la pasión por el conocimiento,
junto con la tecnología, la investigación y el coraje de seguir adelante pese a
las adversidades, pueden cambiar nuestra comprensión del cerebro humano y
mejorar la calidad de vida de los pacientes.
«Jesús
Martín-Fernández, el neurocirujano de las emociones.» Expansión
AQUÍ HEMOS ELEGIDO EL INICIO DEL CAPÍTULO NÚMERO 1; PARA QUE EL
LECTOR SE ENTERE A PRIMERA VOZ DE EL PLANTEAMIENTO DEL ENTRAMADO:
CAPÍTULO 1
Preservar
las emociones online
Todo
se había gestado dos meses antes. Sin darme cuenta.
8
de diciembre de 2022. Hospital del Mar, Barcelona. 11.15 horas
—Creo
que ya hemos extirpado todo el tumor, la vía piramidal está detrás a seis
milímetros —me dijo mi colega Gloria Villalba durante la cirugía de Claudio.
—Podemos
extendernos un poco más profundos hacia delante, hasta el fascículo
longitudinal superior. Al estimularlo, Claudio hará un cambio de idioma
involuntario —le respondí, en una especie de sincronía con la que se hacía todo
más sencillo. Estaba seguro de lo que estaba diciendo
Pedí
el estimulador eléctrico para mi mano izquierda y mantuve el aspirador
quirúrgico en la derecha. Para la conectividad cerebral, es esencial conservar
las carreteras profundas que mantienen el cerebro interconectado, y de eso
precisamente se encargan los tractos profundos como la vía piramidal o el
fascículo longitudinal superior; y la única forma de conservarlos durante la cirugía
es identificándolos, sabiendo que están justo ahí. En personas bilingües, al
estimular el fascículo longitudinal superior se puede generar un cambio de
idioma involuntario (switching); es decir, se pierde, durante unos segundos, la
capacidad para mantenerse hablando en un idioma y surgen interferencias con los
otros.
—Pelota.
—Reloj.
Pedí
de nuevo el estimulador para aplicar el estímulo eléctrico en la profundidad y
comprobar que allí estaba el cable profundo.
—Ball.
—Mostramos a Claudio la imagen de una pelota de tenis e hizo un cambio
involuntario entre idiomas
Volví
a estimular para estar seguro de que había alcanzado ese límite en la
profundidad y así conservarlo, deteniendo allí la cirugía
—Table.
—Nuevo cambio de idioma.
—Vale.
Ya lo tenemos. Hemos llegado al límite —le dije a Gloria
Uno
de los desafíos de la neurocirugía desde siempre ha sido saber cuándo parar la
resección de un tumor, de forma que se alcance un perfecto equilibrio entre el
porcentaje de tumor extraído y la preservación de la calidad de vida del
paciente
Sentía
que empezaba a tener respuestas a algunas preguntas
Comentar
mis inquietudes con Gloria era algo que me hacía bien, me sentía cómodo, y fue
ella quien me tendió la mano para operar en Barcelona a Claudio. Era la segunda
cirugía del paciente en un año; lo operé anteriormente en Tenerife, unos meses
atrás, pero los glioblastomas, muchas veces, no dan tregua y vuelven a crecer rápidamente.
Así que pudimos hacer en Barcelona este «rescate» quirúrgico para extirpar de
nuevo el tumor. De alguna forma, con Claudio empezó todo
Cuando
Gloria y yo fuimos a tomar algo tras la cirugía, hablamos detenidamente acerca
del cerebro y de los proyectos venideros que cada uno tenía
—¿Qué
tal la experiencia con el profesor Duffau? He leído que estás desarrollando un
test para el reconocimiento de las emociones durante la cirugía con el paciente
despierto —me comentó ella
—En
Montpellier… hay otra forma de ver el cerebro y la mente humana. La cirugía
despierta no se limita al lenguaje y al movimiento. Nunca he visto nada igual
—le confesé
En
aquel momento ya me obsesionaba esta cuestión. Me parecía algo objetivo que el
cerebro no solo era la visión, el movimiento y el lenguaje. Que en cada
paciente era, literalmente, un universo diferente. Estaba convencido de que el
lenguaje no era la mejor forma de entender a las personas que nos acompañan, son
las emociones: la forma en la que reconocemos esas emociones en los otros y las
sentimos «en espejo». Es así. Porque lo estudié, pero, sobre todo, porque lo
viví en mi propia piel. Y es que el ser humano tiende de forma natural a sentir
placer en cada acción que lleva a cabo, perseguimos el placer
inconscientemente. Por eso escuchamos música, por eso suena en mis auriculares
la Serenata para cuerdas, Op.48, de Chaikovski. Somos seres hedonistas.
Es parte de nuestra esencia humana
Recuerdo
que, tras la cirugía a la que fue sometido mi tío, él trataba de hacer lo mismo
que antes. Intentaba hacer aquello que era su pasión. Cerraba el estuche con su
guitarra y subía las escaleras hacia el cuarto de ensayo de nuestro grupo
familiar, “Los Viejos de La Palma”. Él y sus hermanos, entre ellos mi madre, habían
conseguido desde la década de 1960 dejar en Canarias un legado de la música
folclórica. Aquello era todo lo que sabía hacer
Era
su pasión, hacer música, pero ya no sentía placer. De pronto, en medio de un
ensayo, dejaba de tocar. Y no decía nada más
Serio,
triste. Pasé de que me enseñara a tocar las cuerdas de una guitarra cuando
apenas tenía cinco años a decirle: «Tío, tienes la mano izquierda demasiado
lejos de las cuerdas, no estás tocando»
Como
si no se diera cuenta
—¿Todo
bien, tío Pepe? —le preguntaba yo, sabiendo ya lo que sucedía.
—Sí.
Todo bien —me contestaba con un gesto bastante
neutro
en su cara, sin expresión alguna
Nunca
me atreví a preguntarle si él era consciente de lo que pasaba, de que ya no
sentía placer, ni siquiera con la música, de que no podía leer las emociones en
nuestras caras. O si había notado que ya no daba abrazos como los de antes. Él
nos decía que todo estaba bien. Pero no era así, era obvio
Cuando
mirábamos su cara, sin apenas expresión, nos dábamos cuenta de que la forma más
universal de saber qué le pasa a quien queremos no es a través del lenguaje,
sino por las emociones que muestra
Y
él no podía mostrar ni leer ninguna en los demás. No te da tiempo de nada
cuando te enfrentas a algo así como familiar, ni se te pasa por la cabeza si
una red cerebral está funcionando o no, o sí junto al tumor se ha extirpado una
carretera profunda crucial para el funcionamiento del cerebro. Te limitas a
aceptar lo que te ha caído encima
Pero,
por algún motivo, y como estudiante de Medicina de cuarto año, desde aquel 7 de
enero de 2014 en que operaron a mi tío, no dejé de pensar una sola vez en qué
había pasado. En si en el futuro yo podría hacer algo, aportar algo. Cuando
accedía a las bases de datos de artículos científicos, estaban ya descritos los
abundantes trastornos emocionales, de personalidad y comportamiento tras la
cirugía de tumores cerebrales. Pero no veía ningún atisbo de luz, como si nos
hubiéramos rendido a la enfermedad. Por eso, cuando leí lo que el profesor
Hugues Duffau estaba investigando y escribiendo junto con su equipo en Montpellier,
vi un hilo del que poder tirar, una luz en medio de un absoluto vacío. Supe que
algo conseguiría si remaba fuerte. Por pequeño que fuera, algo sucedería. Pero
a pesar de esa seguridad que sentía por dentro, me incomodaba la incertidumbre
del mañana, me daba miedo intentarlo y fracasar. Y ese niño lleno de miedo
nunca ha llegado a desaparecer del todo
Me
leí todo lo que encontré sobre neurociencia de las emociones y el
comportamiento humano. Todos los artículos publicados por Duffau. Entendí
entonces que en el cerebro no podemos localizar las emociones. Ahí estaba el
primer problema. Si no podía localizarlas, ¿cómo iba a preservarlas? Parece una
paradoja
No
obstante, la neurociencia tenía preparada una de las respuestas más bellas posibles:
quizás podría preservar las emociones de alguien comprobando cómo las ve en
los demás. A esto se le denomina «cognición social». Aunque es un término
complejo, podríamos definirlo como la capacidad de percibir, interpretar y actuar
de acuerdo con las emociones y los sentimientos de otras personas. En cierto
modo, esto es lo que define quiénes somos y cómo nos comportamos con los que
nos rodean. Por lo tanto, encontré en la cognición social como fenómeno
cerebral una forma de intentar preservar el procesamiento emocional, y, por
ende, el comportamiento. Porque si no reconocemos las emociones en las caras
de los demás, o no podemos hacer el ejercicio (casi siempre involuntario) de
intuir lo que el otro está pensando, no podemos actuar de una forma adecuada en
casa con nuestra familia, en nuestro trabajo…
Pero
es cierto que ver una emoción no es lo mismo que sentirla, ¿no? Aún no tenemos
la respuesta del todo, porque dependemos de algo que no es tangible: la
experiencia subjetiva de cada uno, de lo que cada uno definiría que siente como
emoción. No obstante, sí podemos entender que los procesos de ver una emoción y
sentirla están, cuando menos, íntimamente relacionados. Y esto tiene que ver
con el proceso de empatía
Aunque
en el día a día usamos el adjetivo «empático» para decir que un sujeto es capaz
de identificarse con alguien y entender sus sentimientos, el proceso de empatía
en el cerebro es algo más complejo. Cuando miramos a los ojos a alguien
sentimos un todo —la expresión de su cara, su olor, el contexto social en el que
estamos, procesamos las sensaciones propias tanto corporales como emocionales—
y suceden, en cuestión de segundos, tres subprocesos que se van superponiendo y
actuando conjuntamente:
El primero, el nivel perceptivo y
más inmediato de la empatía, que es reconocer la emoción que el otro está
mostrando: si está enfadado, nostálgico o feliz. El
segundo, el nivel de mimetización (del
inglés mimicry o embodiment), que es cómo de alguna forma sentimos esa emoción
en espejo, cómo se refleja en nosotros lo que el otro siente. De hecho, si lo
pensamos, muchas veces solo con ver la cara de alguien sentimos una emoción que
nos recorre el cuerpo, como un nudo en el estómago. Y,
por último, aparece el nivel más «cognitivo» o reflexivo, en el que
somos capaces de entender la situación social del otro y tomar una decisión a partir de la emoción que estamos
percibiendo. Estos tres subprocesos conforman la base de lo que llamamos
la «cognición social»
Había
encontrado el proceso cerebral por el cual, quizás, podríamos preservar estas
funciones mientras el paciente estaba consciente, valiéndonos de un test
construido basándonos en esto
Pero
quedaba por responder una pregunta:
¿Dónde
están las emociones?
¿Cómo
proteger o salvar durante una cirugía algo que no se ve?
¿Qué
región proteger?
No
lo tendríamos fácil, porque no se trata de una región. No podemos seguir
pensando que en el córtex prefrontal están la personalidad y las emociones No
es así. Dejemos a un lado la perspectiva «localizacionista», heredada de la
frenología, en la que Joseph Gall asociaba cada segmento del cerebro a una función
concreta. Así, el área de Broca serviría para emitir el lenguaje, el área de
Wernicke para entenderlo, y la corteza prefrontal para el control de las
emociones. Pero no es cierto, el cerebro no funciona de ese modo. Es urgente
que entendamos que necesitamos redefinir todos estos conceptos. Broca y
Wernicke son fruto de un reduccionismo que no existe, que no refleja cómo
procesa la información nuestro cerebro. Les quiero contar por qué, paso a paso,
ahora que saben el motivo de este viaje
Una
cosa es querer conocer el cerebro «por fuera» —ver cuántos lóbulos tiene, cómo
son sus circunvoluciones y sus surcos, sus continentes y sus océanos—; desde
ese punto de vista tiene sentido que nos pongan flechitas en los dibujos de
cada parte del cerebro. Pero si lo que queremos es entender cómo de esa masa de
neuronas se genera la mente humana, la conciencia, las funciones cerebrales…
Eso es otra historia. Y para acercarnos a ella necesitamos una visión mucho más
amplia, porque desgraciadamente para nosotros (o no), lo esencial es
invisible a los ojos
Todos
los libros que se han escrito hablando de las emociones y la corteza prefrontal
tienen su origen en el año 1848. Phineas Gage fue un obrero norteamericano de
ferrocarriles al que un 13 de septiembre de dicho año, mientras preparaba los
explosivos para detonar y crear agujeros en una roca, una barra de hierro de un
metro le atravesó la base del cráneo por el lado izquierdo, en la parte
frontal, cruzándole literalmente la cabeza. Aunque sobrevivió y en ningún
momento perdió la consciencia, su personalidad cambió, y perdió su trabajo y su
vida personal y familiar. A partir de ahí, siempre se puso de relevancia que la
parte más anterior del lóbulo frontal, es decir, el córtex prefrontal, era la
encargada de la personalidad, las emociones y la toma de decisiones. Hoy,
gracias a la neurociencia de redes, la neurociencia computacional y los
estudios de cirugía despierta, sabemos que la conación —conjunto de funciones relacionadas
con los aspectos tendenciales de la personalidad—, la cognición y la emoción
humana, es decir, aquello que nos hace ser quienes somos, están muy lejos,
quizás demasiado, de ubicarse en un punto fijo, común y universal para todos los
cerebros. Para entender este cambio de paradigma respecto de lo que creíamos
conocer acerca del cerebro, tenemos que entender un principio básico: las
funciones cerebrales complejas (como la atención, las emociones, las funciones
ejecutivas o la toma de decisiones) nacen de la interacción entre muchas regiones
diversas y distantes a lo largo del cerebro. Pero sincronizadas, actuando en
conjunto. Y así pasaríamos a entender el cerebro como un sistema de redes
neurales que van reconfigurándose cada segundo para dar lugar a la complejidad
de la mente, en lugar de como habitaciones o compartimentos separados e
inamovibles. De modo que no, el alma no está en el córtex prefrontal. Las
emociones, el comportamiento, la personalidad… son el fruto de la interacción
constante y dinámica de múltiples redes entre sí, cada segundo, de forma que
podemos generar, inconscientemente, comportamientos dirigidos a cada uno de los
diferentes estímulos a los que nos vamos enfrentando
Tratemos
de ver el cerebro como si fuera el planeta Tierra, y miremos desde muy muy
arriba (Figura 1). No nos contaron que entre continentes había océanos
profundos, ni nos dijeron que, dentro de cada continente, algunas ciudades se
iluminan exactamente al mismo tiempo, de forma sincronizada, para dar lugar a
las funciones cerebrales. Que Berlín, Tokio y Buenos Aires podrían funcionar
sincrónicamente por más que estuviera cada una en un continente. Por lo tanto,
nuestro foco a la hora de planificar una cirugía cerebral no hemos de ponerlo
en qué continente tengo que salvar (o qué región o compartimento cerebral
aislado), como si cada uno de ellos fuera un mundo, sino qué conjunto de
ciudades a lo largo de los diferentes continentes del planeta debo mantener
para que puedan iluminarse y apagarse sincronizadamente, como una orquesta. Y
tener presente que sin los océanos profundos que lo conectan todo, la
sincronización entre ciudades desaparecería (Figura 2).
Esta
visión dinámica y cambiante a lo largo del tiempo (y quitando algo de zoom a
nuestra forma de ver el cerebro) permite entender por qué un tumor en el lóbulo
temporal derecho o izquierdo puede generar un trastorno en el procesamiento emocional
o en el comportamiento. Porque todo está conectado
Literalmente.
Si no, no tendría sentido que un tumor lejos del lóbulo frontal tuviese esas
consecuencias, ¿no?
Así
que, tras ese razonamiento, entendí que el problema no era el continente en el
que estuviera el tumor de mi tío —si era el lóbulo frontal o el lóbulo
temporal—, sino que probablemente, junto al tumor, se extirpó un océano entero,
el fascículo frontooccipital inferior (de aquí en adelante, IFOF, por sus
siglas en inglés), que mantiene conectadas varias de las redes neurales fundamentales
para las funciones cognitivas de alto orden. Por lo tanto, no solo necesitamos
que las ciudades se iluminen, sino que lo hagan al mismo tiempo.
Orquestalmente. Y esta sincronización entre redes neurales depende de esos
océanos o carreteras profundas, que iremos desglosando durante este diario
—¿Y
cómo llevas el desarrollo? ¿Cómo será la tarea dentro del quirófano para poder
cubrir lo complejo del procesamiento emocional? —siguió preguntándome Gloria
Mi
idea era que, basándome en los test que tratan de medir el reconocimiento de
las emociones en enfermedades como la esquizofrenia o el trastorno del espectro
autista, que normalmente usan únicamente los ojos para intentar que el paciente
identifique una emoción, había que construir uno adaptado a nuestra máxima
dificultad en la técnica de la cirugía despierta: contamos únicamente con 4 - 5
segundos para aplicar el estímulo eléctrico al cerebro del paciente para
comprobar si ese punto (dentro de una red) es crítico o no para la función que
estamos examinando. Por lo tanto, debería conseguir algo en no más de 4
segundos que fuera lo más real posible y simulara realmente cómo vemos las emociones
en el día a día. Así pues, pensé en generar una base de datos mediante un
seguimiento (tracking) de todo tipo de emociones sociales o complejas (más allá
de la tristeza o la felicidad) realizadas por actores profesionales. Y
establecer de alguna forma unas medias que me permitieran decir, de la forma
más universal posible, que la melancolía se expresa de tal modo y que un avatar
hiperrealista la mostrara en esos 4 segundos. A diferencia de grabar a un actor
y nada más, me parecía que podría ser mucho más fiable generar una emoción
«media» resultado de muchas emociones expresadas, teniendo en cuenta lo
diferente que puede expresar la melancolía la cara de una persona u otra. Y la
Inteligencia Artificial nos podía ayudar a generar estos datos
Pero
tenía un problema, claro. O más bien varios. Esto no era Microsoft, no había ni
presupuesto ni medios suficientes, aunque yo había empezado ya a trastear con
lo poco que teníamos
Sabía
que sería un camino largo de constante mejora el crear un test de este tipo,
más aún para aplicarlo durante una cirugía y demostrar su validez. El objetivo
no era crear un test y tener la panacea, era ir un paso más allá. Ya habíamos
conseguido generar avatares hiperrealistas con una representación más que
aceptable de cada simple gesto o movimiento de la cara, cada músculo, cada
poro… Cada avatar tendría cuatro respuestas posibles de las cuales solo una era
correcta y habría treinta avatares con treinta emociones. Se le pasaría el test
al paciente el día antes de la intervención tres veces consecutivas, y solo las
emociones que viera de la misma forma esas tres veces serían las que luego se
le presentarían en el quirófano, para asegurarnos de que dicha emoción se ve de
esa manera determinada. Por más que intentemos afinar en cómo representar una
emoción, es importante tener en cuenta la variabilidad de cómo vemos el mundo
según nuestro estado de ánimo. Y por ello la estadística es una buena aliada.
Calculamos la fiabilidad del test en personas sanas, así como la consistencia
entre hacer el test un día y hacerlo un tiempo después para asegurarnos de la
fuerza de nuestra herramienta
10
de enero de 2023. París. 10.00 horas
Gloria
me llama para comentarme un caso que ha ingresado en su hospital. Paciente
mujer de 45 años que ha sufrido una crisis epiléptica. Al hacerle una
resonancia magnética, se observa un tumor de gran tamaño en el hemisferio
derecho del cerebro, infiltrando zonas de vital importancia como el cíngulo y
el cuerpo calloso
—¿Harías
este caso mediante cirugía despierta? —me pregunta
—Si
la paciente conserva todas sus funciones cerebrales, querrá decir que el tumor
ha ido creciendo lentamente y ha dado tiempo a que haga plasticidad,
desplazando las funciones más allá de los límites del tumor, al menos en parte.
Podemos intentar monitorizar y preservar la atención, funciones ejecutivas, cognición
semántica, procesamiento emocional, lenguaje y movimiento
Operar
un tumor en el hemisferio derecho con el paciente despierto no era lo habitual.
Se hacía, sí, pero era y sigue siendo poco frecuente, dado que seguimos
enfocados en el lenguaje y el movimiento, y en que el hemisferio dominante es
el izquierdo…; en que hay dos zonas para el lenguaje y una para moverse… No hay
nada baladí creado en la naturaleza; ningún ser vivo tiene dos lados porque sí.
La naturaleza es eficiente, no crea nada si no tiene una función. Y sí: tenemos
dos hemisferios cerebrales, y quizás seguir llamando hemisferio dominante al
hemisferio izquierdo solo porque alberga una gran parte del lenguaje parece excesivo
si atendemos a las consecuencias en las funciones cognitivas (emociones,
personalidad y comportamiento) que tienen las cirugías de tumores cerebrales
tanto en un hemisferio como otro. ¿Por qué no vemos el cerebro como un todo?
¡Todas las redes neurales son bilaterales y están en constante intercambio de
información!
MUY SERIO VOY REMANDO, MUY ADENTRO SONRÍO
LAVADO DE MANOS
Con
el correr de cada gota se generaba en mi cabeza el paso decisivo en la vida que
tengo delante. No sabía ni a qué temperatura a estaba el agua. Solo que ese
sería un día para siempre. Fuera lo que fuese. Para siempre
Tras
el lavado, di veinte pasos hasta el quirófano. Dos cámaras me perseguían.
Levanté los brazos para asegurarme de que no tocaba nada y que el enfermero
instrumentista me pudiese ayudar a ponerme la bata quirúrgica estéril y los
guantes del siete y medio. Me até la bata. Al acercarme al campo quirúrgico, vi
que la doctora Gloria Villalba lo tenía todo preparado a la perfección: la
posición de Yolanda, el neuronavegador, las etiquetas estériles para colocar
sobre las zonas críticas que encontráramos en su cerebro y lo más importante:
el estimulador eléctrico. Con eso estaba la orquesta preparada: atriles
colocados, luces encendidas
Al
fondo, Juan Fernández, neuroanestesista, manejaba con maestría el complejo
equilibrio de la anestesia en este tipo de cirugías. Mantuvimos a Yolanda
sedada pero despierta mientras removíamos la parte de su cráneo necesaria para
acceder al cerebro
Necesitábamos
una «ventana» grande para acceder a este tumor
Recuerdo
sentirlo todo. Sentía cada respiración, escuchaba cada ruido: el aspirador, mi
bata al moverme, el sonido que marcaba los latidos del corazón de Yolanda… Era
una situación de hiper alerta. De hiperenfoque
Gloria
extrajo el hueso craneal. Al llegar a la duramadre, la membrana que recubre el
cerebro, avisamos a Juan para que comenzará a retirar la sedación a Yolanda.
Abrimos la duramadre y expusimos el cerebro, ese lugar donde se almacena toda
la información de un ser humano y que solo en estas cirugías puede verse así.
El alma de tú a tú
En
diez minutos comenzaríamos el mapeo, esto es: las preguntas constantes a la
mente de Yolanda para hacer un «mapa» de dónde están los puntos críticos de sus
diferentes funciones cerebrales y evaluar por dónde podríamos acceder al tumor
De
pronto, fui consciente de la presión. Hacía menos de seis meses que había
acabado la formación como neurocirujano en Tenerife y estaba en un hospital de
Barcelona a punto de realizar una cirugía en la que, de alguna forma, se
aplicaba algo novedoso
Era
la primera vez en todo el mundo que se hacía un test adaptado a la cirugía para
preservar el procesamiento emocional, con ayuda de
Inteligencia Artificial, el procesamiento 3D avanzado y actores profesionales.
Gloria me dio toda la confianza que necesitaba en ese momento. Tenía al lado a
alguien con mucha experiencia y me sentía seguro. Yo sabía lo que estaba
haciendo y por qué lo estaba haciendo. Pero no tenía ni idea de lo que iba a
pasar luego, o de lo que supondría en mi vida. Solo sabía que tenía en mis
manos a un ser humano que, al verme, lo único que me dijo fue: «Necesito estar
viva para cuidar de mi hijo, me da igual no moverme, o no poder volver a andar;
pero quiero seguir siendo yo». Le había dado mi palabra de que así sería
La
dificultad en este caso era mucha. El tumor estaba infiltrando una de las
estructuras más importantes en la regulación, control y procesamiento de todo
lo relacionado con las emociones: el cíngulo
Es
como una autopista de cientos de carriles que reciben y emiten grandes cantidades
de información emocional; pero, a diferencia de otros océanos profundos, el
cíngulo tiene cierta capacidad plástica, de tal modo que consigue adaptarse
para desplazar las funciones de forma total o parcial. No es como el IFOF, que
debemos detenernos sí o sí al encontrarlo; en el caso del cíngulo hay que
comprobar hasta qué punto ha podido desplazar las funciones fuera de él, y así
saber sí se puede extraer junto con el tumor o no. Y la única forma de saberlo
es aplicar un estímulo eléctrico mientras el paciente realiza tareas de
reconocimiento de emociones
—Arresto
del lenguaje —me dijo Natalia Navarro, la neuropsicóloga de mi equipo que se
había desplazado hasta Barcelona para esta cirugía
—Vale.
Dejo el umbral eléctrico a 2,5 miliamperios
Comenzamos
a hacer multitarea con reconocimiento emocional y a la vez movimiento constante
del brazo izquierdo. Empieza el test —le dije, en un espacio de tiempo en el
que no parecían existir ni el pasado ni el presente ni el futuro. Aún puedo
sentirlo
Literalmente
así
—Deseosa…
Neutro…
Yolanda
iba escogiendo qué emoción iba mostrando el avatar entre las diferentes
opciones. No eran emociones nuevas, ya sabíamos cómo veía cada una de ellas
para poder comprobar con exactitud si se equivocaba al aplicar el estímulo
eléctrico
—Sorprendido…;
satisfecho…; incrédula…
—¡Fallo!
—dijo Natalia alzando la voz
Esperé
a que Natalia le presentara cinco emociones más, y luego volví a estimular en
el mismo punto.
Silencio
—¿Qué
ha pasado, Yolanda? ¿Por qué no has respondido?
—le
pregunté, para estar seguro de si el estímulo eléctrico había desencadenado una
imposibilidad de reconocer la emoción
—No
lo sé, no he podido reconocerla —me contestó
Pedí
una etiqueta estéril que teníamos diseñada para el reconocimiento de emociones
y la coloqué encima de la circunvolución frontal media (véase Imagen 1 en el
pliego en color). Miré a Gloria. Natalia me miró a través del campo quirúrgico
transparente que habíamos preparado para mejorar la comunicación entre nosotros
durante el procedimiento. En aquel momento nadie habló, pero todos pensamos:
«Parece que esto funciona». Sí, parecía claro. Esa zona era crítica para el reconocimiento
de emociones. Pero no debíamos entender que ese era el punto de una emoción
concreta, o que ahí estaban todas las emociones. Se trataba, «solamente», de un
punto crítico dentro de una red eléctrica y, como tal, lo preservaríamos
Yolanda
continuó haciendo el test de reconocimiento emocional. Encontramos otra zona
crítica, más atrás, que nos complicaba de cierta manera el acceso al tumor. No
solo se extendía hasta la profundidad del cíngulo y el cuerpo calloso, sino que
además tendríamos que sortear las zonas críticas del «mapa»
Tras
finalizar otros test, como el test de cognición semántica (asociación de
objetos por su significado), obtuvimos el mapa funcional completo de la
superficie cerebral. Quedaba la resección del tumor
En
mi cabeza solo estaba la imagen de la familia de Yolanda. Era un pensamiento
que no me desconcentraba ni me incomodaba; al contrario, me ayudaba a estar
enfocado en lo que estábamos haciendo. La mirada de su hijo de apenas seis
años, el abrazo que me dio su padre, sintiendo el dolor de la incertidumbre,
esa sensación que yo he vivido tan de cerca… Ese abrazo me lo llevaba conmigo
Comenzamos
la extracción del tumor, teniendo en mente las carreteras profundas (nuestros
océanos), que debían ser los márgenes o puntos donde detener la extirpación del
tumor para poder preservar la calidad de vida de la paciente
Sabía
que estaba el IFOF en la parte más lateral, subiendo hacia la corteza
dorsolateral prefrontal, y atrás, la vía piramidal, la del movimiento.
—Oruga
con libélula.
—Fallo
de asociación semántica —me avisó Natalia, dado que Yolanda se había equivocado
en lugar de relacionar la oruga con la mariposa
—Vale,
tengo el IFOF localizado. Continuamos ya en profundidad hacia el cíngulo
Teníamos
estos límites localizados y preservados, pero faltaba lo más difícil. Nos
estábamos acercando al cíngulo
—Estamos
llegando Tras más de una hora y media de cirugía, Yolanda empezaba a estar
ligeramente cansada. Esto es algo normal. Una de las limitaciones de la cirugía
despierta es que el paciente no puede estar más de dos horas y media haciendo
tareas a este ritmo, por lo tanto, todo tiene que estar previamente
planificado, perfecto, para poder extraer el tumor mientras vas preguntándole y
pidiéndole que haga determinadas tareas para comprobar que todo se preserva y
funciona correctamente.
—Estamos
en el cíngulo, Natalia, pasamos el test —le dije, sabiendo lo crucial que era
hacer este paso absolutamente a la perfección. Si extraíamos una parte del
cíngulo que no tocaba, las secuelas emocionales y comportamentales podrían ser
graves e irreversibles. Era un momento de máxima tensión. En muchos casos, esta
zona cerebral se considera inoperable. Pero yo sabía que, por la neuro
plasticidad, ese cíngulo probablemente nos iba a dar la oportunidad de
extraerlo junto al tumor. Era cuestión de saber qué preguntar y cuándo
Mano
izquierda, estimulador eléctrico bipolar. Mano derecha, aspirador quirúrgico.
Voy estimulando y comprobando cada punto del cíngulo mientras aspiro el tumor y
Yolanda va realizando el test de reconocimiento de emociones
—Agradecida…
—Eh…
Eh… Seductora.
Yolanda
acertaba la emoción, pero empezaba a titubear y a aumentar los tiempos de
reacción, es decir, los segundos que pasaban entre que se le presentaba el
avatar y decía qué emoción estaba viendo
Paré
de aspirar el tumor y apliqué el estímulo eléctrico
—Celoso…
—¡Error
aquí! —me dijo Natalia
Volví
a estimular para comprobarlo
—Decepcionado…
—Error
de nuevo… Empezamos a perderla, le está cayendo la atención, tarda demasiado
—Vale.
Lo tengo. Paramos aquí —contesté—. Yolanda,
¿cómo
estás? ¿Te sientes cansada?
Habíamos
alcanzado esa parte del cíngulo donde no había habido, probablemente,
neuroplasticidad suficiente. Y esa zona parecía claramente crítica. Pero ya
habíamos logrado extraer la mayor parte del tumor… Habíamos terminado la
cirugía. Pudimos extraer esa parte del cíngulo.
—Sí,
pero sigo si es necesario —me contestó
Se
me encendió algo al ver a una persona luchando de esa forma. Incansable
—Tranquila.
Ya hemos alcanzado los límites, Yolanda. Bien jugado, lo has hecho increíble.
Enhorabuena. Te haremos ahora una serie de pruebas muy cortas para comprobar
que todo está bien y ya podrás descansar. Ya sabes que vendrán unos días duros,
pero en nada estarás bien. Todo ha salido perfectamente. Te lo prometo. Confía
en nosotros
El
resto apenas puedo recordarlo. Me sentía más cansado que nunca en mi vida, pero
con una satisfacción gigante. El trabajo del equipo había sido increíble y
estaba muy agradecido. No sé cómo explicarlo. Solo faltaba esperar a ver la
evolución de Yolanda
Sabíamos
que los días después de una resección tan extensa y con zonas tan complejas de
por medio iba a tener pérdida de fuerza (transitoria) en el lado izquierdo del
cuerpo, y cierta tendencia a la inexpresividad y a la apatía, algo más lenta en
el procesamiento mental. Creo que es muy importante saber qué va a pasar
exactamente antes de hacer la cirugía, para poder hablar con la familia y
explicárselo. Cualquier neurocirujano sabe el respeto que impone el cíngulo,
una parte del cerebro que pocos se atreven a tocar. Creo que eso pasa en gran
medida porque no tenemos suficientes herramientas para comprobar qué partes del
cíngulo podemos quitar y cuáles no (por ejemplo, el test que valora el
procesamiento emocional); también porque continuábamos viendo el cerebro como
algo rígido y modular en lugar de como redes eléctricas. Sí, el cíngulo es
vital; clave en varias redes neurales —como la red por defecto y la red de
saliencia—, pero asimismo sabemos que el cerebro es plástico, incluso en el
cíngulo, y que en cada paciente se redistribuyen las funciones de forma diferente.1
¿Cómo extirpar estructuras cerebrales como
el cíngulo con el paciente dormido? ¿Cómo? Remando y planificando el «daño
controlado» que supone la cirugía, conociendo los límites del cerebro. Sabiendo
dónde detener la resección. Y a esa pregunta solo nos responde un cerebro
despierto
Cuando
fuimos a ver a Yolanda unas horas después de la cirugía, estaba exactamente
como habíamos previsto. Tenía la cara inexpresiva, aunque nos decía que estaba
satisfecha, y nos manifestaba el agradecimiento de todas las formas posibles.
Es un ser de luz, no tengo dudas. Le pasé el test de reconocimiento emocional,
como hice al día siguiente, y como haríamos al mes siguiente, a los tres
meses…, para comprobar su evolución en la percepción de las emociones, la
personalidad y el comportamiento
Yolanda
acertó exactamente las mismas emociones que antes de la cirugía. Gloria y yo
nos miramos, sabiendo que aquel era un día para siempre. Yolanda estaría
perfecta en cuestión de días.
Falta
mucho. Demasiado. Como toda técnica o herramienta que se emplea en pacientes,
necesita validarse con muchos casos y a lo largo del tiempo. Pero hoy ha sido
el primero. Y eso también me lo llevo conmigo.
De la temática:
Actualidad, Biografías y
Memorias, Ciencia,
Divulgación, Investigaciones
Científicas
ÍNDICE:
Prólogo
Introducción.
Al otro lado del río
1.
Preservar
las emociones online
2.
El
cerebro… ¿Un metasistema en cinco dimensiones?
3.
Identificar
en vivo los cinco idiomas
de
una paciente políglota
4.
¿Existe
algo más grande que hacer música?
Interludio.
Resiliencia
5.
Tenemos
los resultados
6.
¿Por
qué has llorado?
7.
El
paciente se ha desconectado
8.
Una
experiencia extracorpórea
9.
La
importancia de entender los límites
10.
Danzar
entre los fantasmas de Broca y Wernicke
Epílogo
Agradecimientos
Notas
FICHA TÉCNICA:
1
libro
256
páginas
En
formato de
Pasta
delgada en color plastificada con solapas
Primera
edición 2025
ISBN
9788449343575
Autor
Jesús Martín-Fernández
EDITOR
PLANETA PAIDOS
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
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electrónico:
Celular
y WhatsApp:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
DIME QUÉ SIENTES
Diario de un neurocirujano. Pacientes despiertos,
las 5 dimensiones del cerebro y un cambio
de paradigma
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