CRONOS
CÓMO OCCIDENTE HA PENSADO EL TIEMPO DESDE
EL PRIMER CRISTIANISMO HASTA HOY
1 Libro Autor Francois Hartog
Editor Siglo XXI
PRIMERA EDICIÓN
LIBRO POR ENCARGO
El
historiador francés François Hartog lleva buena parte de su vida académica
averiguando cómo se ha concebido el tiempo en el mundo occidental y cómo esas
ideas afectan lo que entendemos por historia, y en esta obra culmina su
admirable esfuerzo
¿Qué
nos dicen hoy las viejas formas de lidiar con Cronos?
¿Qué
nuevas estrategias debemos formular para afrontar un futuro amenazante e
incierto? Este lúcido ensayo sobre las ideas del tiempo en Occidente es mucho
más que una erudita exploración del cristianismo primitivo, de los debates
medievales sobre el discurrir del tiempo, de la mecánica concepción de segundos
y eones: es un llamado a entender, desde la historia, la carga que nuestras
ideas sobre el tiempo le imponen a la realidad.
CRITERIOS DE LA TRADUCCIÓN
Las
traducciones del griego y del latín las hice a partir del francés, pues el
autor traduce directamente de estas lenguas
Los
vocablos en latín dentro del texto se mantuvieron en cursivas, como lo hizo el
autor en el original. Los que el autor pasa al francés, y que en nuestra lengua
no tendrían una traducción directa, los “castellanizo”; así, por ejemplo,
empleo acomodación por accomodatio, pero otras veces, cuando se usa una palabra
diferente en francés, la traduzco como acomodo o acomodamiento
Hartog
usa siempre “Jesús - Mesías” para marcar el significado de Cristos (véase la
nota 17 del capítulo 1)
La
traducción respeta el uso que el autor hace de las cursivas en los términos que
son fundamentales en su explicación, así como las distinciones entre minúsculas
y mayúsculas. Por ejemplo, al recurrir a palabras como Kronos, Kairos y Krisis,
entre otras, Hartog las usa específicamente con un sentido cuando van en
mayúsculas y con otro cuando van en minúsculas
También
respeto el uso de minúsculas y mayúsculas que utiliza para indicar una distinción:
historia de Historia, progreso de Progreso, naturaleza de Naturaleza, tierra de
Tierra, etcétera
El
autor nunca utiliza san para referirse a Agustín de Hipona, a Pablo de Tarso o
a Jerónimo, el autor de la Vulgata. Aquí se respetó esta indicación
François
Hartog es un historiador que escribe sobre temas que son tratados por distintas
disciplinas, como la filosofía, la sociología, la antropología, etc. Él los
trata desde la historia. De ahí que su estilo sea muy particular, ya que hace
una cuidadosa elección de términos no filosóficos para darse a entender desde el
campo de la historia, evitando usar categorías o conceptos de otras
disciplinas, particularmente de la filosofía. Lo anterior hace que su estilo
esté formado de imágenes, metáforas y constantes repeticiones de palabras, pues
con esos elementos logra que su argumentación sea rigurosa y convincente
NORMA DURÁN
Prefacio
El
presente indeducible
¿Para
qué puede servir la historia? Solamente —y eso
es
mucho— para multiplicar las ideas; nunca para ver
el
presente original —indeducible.
PAUL VALÉRY
¿Quién
o qué es Cronos? La pregunta no es nueva, pero regresa cada vez que nos
interrogamos sobre el tiempo en que vivimos: nuestro presente. Pero también
surge la advertencia de Paul Valéry, que no perdía la oportunidad de dar una lección
a los historiadores que pretendían hacer ciencia y que realmente hacían
literatura. En sus Cuadernos, donde anotaba sus pensamientos al despertarse, a
primera hora, frecuentemente criticaba a la historia que, con mirada
retrospectiva, predecía, un día después, lo que había sucedido la víspera. Una
lección de historia, sin duda, pero de una historia que obviamente “multiplica
las ideas”: lo que no es malo, o no muy malo. Dar ideas, multiplicando los
puntos de vista, nos ayuda a ver lo que ya no vemos, lo que no queremos o no
podemos ver, lo que nos ciega, nos fascina, nos atemoriza, nos horroriza,
indudablemente, el presente “indeducible”.1
¿Es
todo esto pura ocurrencia? No, en la medida en que no viene de la nada y no está
hecho de nada, el presente es un ob1 Paul Valéry, Cahiers, vol. II, edición,
presentación y notas de Judith Robinson-Valéry, Bibliothèque de la Pléiade,
París, Gallimard, 1974, p. 1490. Objeto social, con su textura, como un tapiz
en el que los hilos de trama y urdimbre se entrecruzan para mostrar sus colores
y sus motivos propios. La interrogación sobre la textura del presente, que
comenzó con mi reflexión sobre el tiempo en mi libro Regímenes de historicidad,
se puede decir que persiste, ya que es la razón de ser de esta nueva
investigación. Como siempre, el camino es un largo rodeo.2
2 François Hartog, Régimes d’historicité. Présentisme et
expériences du temps, edición aumentada, París, Point-Seuil, 2015
Partir del presente para regresar de mejor manera
a él, después de viajes lejanos en el tiempo. Esta vez no se trata de partir
del doloroso encuentro de Ulises con la historicidad, cuando escuchaba al bardo
de los feacios que lo festejaba sin saberlo, como si él no fuera el celebrado,
sino de comenzar por transportarnos a los inicios mismos del cristianismo o incluso
antes, para comprender la revolución en el tiempo que trajo la pequeña secta
apocalíptica que se había apartado del judaísmo. Una revolución precisamente en
la textura del tiempo, por la instauración de un presente inédito. ¿Por qué
partir de tan lejos? Porque este nuevo tiempo ha dejado una marca duradera, tal
vez incluso para siempre, en el tiempo de Occidente Porque el tiempo moderno ha
salido, en todos los sentidos, del tiempo cristiano: viene de ahí y se ha
apartado de él
Para
los seres humanos, vivir siempre ha sido experimentar el tiempo: apasionante a
veces, doloroso otras, a menudo trágico, pero, al final, ineluctable.
Enfrentarse a Cronos siempre ha estado en el orden del día de los diferentes
grupos sociales: esforzarse por aprehenderlo o buscar escapar de él, trabajar
en ordenarlo, cortarlo, medirlo, en definitiva pretender dominarlo: creer en él
y hacer que se crea en él. Múltiples, incluso innumerables, han sido, en el
curso de los siglos, las maneras de proceder a partir de narrativas ordinarias
o míticas, construcciones religiosas, teológicas, filosóficas o políticas,
teorías científicas, sobre todo el capítulo 2 sobre las lágrimas de Ulises
(Esto es no poder hacer nada por el paso del tiempo y los acontecimientos).
[Hay traducción al español, de Norma Durán y Pablo Avilés: Regímenes de
historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo, México, Universidad
Iberoamericana (El Oficio de la Historia), 2007, 243 pp.] Sensaciones artísticas,
obras literarias, proyectos arquitectónicos, desarrollos urbanos, invenciones
técnicas e instrumentos para medirlo y para marcar la vida, tanto de las
sociedades como de los individuos. Nada de lo humano le es ajeno, es decir,
nada escapa a sus efectos ni a su control
Pero
esta historia, la más conocida, no es más que una parte de la historia: la que
los seres humanos se han contado, la que han querido recordar, porque Cronos
—lo han olvidado o ignorado— excede con creces el tiempo de los hombres o ese
tiempo del mundo que los modernos fabricaron para su uso y para su beneficio,
hasta el punto de creer que podría reducirse, como la “piel de zapa” de la
novela de Balzac, al puro presente: casi hasta abolirlo. A partir de nuestra
muy reciente entrada a una nueva época que ahora se llama Antropoceno, un
tiempo que es a la vez inmensamente antiguo y completamente nuevo, y que en
realidad es el de la Tierra, ha alterado toda nuestra economía del tiempo. En
efecto, hoy se encuentran dañadas, incluso socavadas, las diferentes
estrategias del dominio del tiempo que, elaboradas y dispensadas a lo largo de
los siglos, han ritmado y regido toda la historia en Occidente, comenzando por
aquella que escindió a Cronos en tiempo de la naturaleza y tiempo de los seres
humanos. ¿Cómo hacer frente a ese tiempo inédito para nosotros, más
“indeducible” que nunca? ¿Qué transformación de la mirada, o simplemente qué
transformación, necesitaríamos?
Cronos
es lo omnipresente, lo inevitable, lo ineluctable, el “hijo de la finitud”, si
retomamos las últimas palabras de la gran historia filosófica del tiempo que
Krzysztof Pomian desplegó en El orden del tiempo.3
3 Krzysztof Pomian, L’Ordre du temps, París, Gallimard, 1984.
[Hay
traducción al español, de José Doval: El orden del tiempo,
Madrid,
Júcar, 1990.]
Pero, antes que nada, es el que no se puede apresar:
el escurridizo Cronos Éste es el calificativo que aparece, tan pronto como lo
evocamos, desde los primeros relatos griegos hasta hoy, pasando por la célebre
paradoja de Agustín en sus
Anoto
un poco lo de la introducción:
De
los griegos a los cristianos
“¿Qué
es realmente el tiempo?” Así comienza la meditación de Agustín, tan citada que
ha llegado a ser la reflexión definitiva sobre el tiempo y, a decir verdad, ha
evitado una reflexión mayor. Continúa Agustín: “¿Quién puede explicarlo de una
manera sencilla y breve? ¿Quién puede formarse una idea de él y luego
traducirla a palabras? Por otra parte, ¿Qué tema hay más familiar y manido en
nuestros comentarios y en nuestras conversaciones que el tiempo? […] ¿Qué es,
pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a
quien me lo pregunta, no lo sé”.1
1 Agustín, Les Confessions, Œuvres de Saint-Augustin, 13, París,
Institut
d’Études Augustiniennes, 1998, 11, 14, 17. [De aquí en adelante
cito la obra en español, pero sigo traduciendo a partir del
autor y
de la misma edición que él sigue. (T.)]
¿Cómo podría expresarse en términos más
simples la aporía constitutiva del tiempo? Aporía en el sentido literal, puesto
que ningún camino nos lleva a él
En
todo esto, me interesa más la formulación de la pregunta que la respuesta a la
que finalmente llega Agustín, a saber, que el tiempo es “distensión”
(distensio) del espíritu. Por lo tanto, lo traslada enteramente al lado de la
concepción psicológica del tiempo, y cree que logra aprehender el tiempo
cosmológico, el que se mide. En este punto esencial contradice a Aristóteles,
para quien el movimiento es la medida del tiempo; Agustín cree, por el
contrario, que el tiempo, es decir la capacidad de extensión del espíritu, es
lo que permite la medición del tiempo
Para
Aristóteles, en cambio, “cuando percibimos lo anterior y lo posterior, entonces
decimos que hay tiempo, porque esto es lo que es el tiempo: el número del
movimiento según lo anterior y lo posterior”.2
2 Aristóteles, Physique, 4, 220a 25. [Las traducciones de
Aristóteles, y en general de los textos en griego y en latín, las hago directamente
del francés, puesto que el autor traduce directamente de estas lenguas. (T.)]
Aporético,
Cronos es también, en griego, el lugar de una confusión o la ocasión de un
malentendido revelador. Existe, de hecho, Cronos, el tiempo, cuya etimología es
desconocida, y Kronos, el personaje mítico. Hijo de Urano y Gaia, Kronos es
famoso por castrar a su padre Urano, a petición expresa de su madre
Tras
llegar así al poder, Kronos se casa con Rea, y a partir de entonces se asegura
de devorar a sus hijos a medida que nacen, para evitar que alguno de ellos, a
su vez, lo destrone. Ya conocemos el resto de la historia. Zeus, finalmente, le
hace sufrir el mismo destino que Kronos había reservado a su propio padre, y así
se convierte en el amo de dioses y hombres. Estamos en el registro de los mitos
de soberanía que no tienen nada que ver con el tiempo, o sólo negativamente, ya
que devorar a los hijos es la mejor manera de detener el tiempo. Esto no impide
que se produzca una contaminación entre Kronos y Cronos; Cronos, el tiempo
ordinario, será percibido de manera duradera como el que devora o siega, con
los rasgos de Saturno devorando a sus hijos o del Padre Tiempo armado con su
guadaña.3
3 Erwin Panofsky, “Le Vieillard Temps”, en Essais d’iconologie.
Thèmes
humanistes dans l’art de la Renaissance, traducción al francés
de
Claude Herbette y Bernard Teyssèdre, París, Gallimard, 1967,
pp. 105-130.
Ésta
no es la única ni la última palabra de los griegos en este asunto, pues también
hubo toda una mitología que hacía de Cronos una deidad primordial colocada en
el origen del cosmos
Éste
fue el caso en las teogonías órficas. Pero, como había ya señalado Jean-Pierre
Vernant, el tiempo así sacralizado es un tiempo “que no envejece”, imperecedero
e inmortal. Como principio de unidad y permanencia, aparece como “la negación radical
del tiempo humano”, que, por el contrario, es siempre inestable: borra, provoca
el olvido y conduce a la muerte.4
4 Jean-Pierre Vernant, Mythe et pensée chez les Grecs, París,
Maspero,
1971, pp. 98-99. [Hay traducción al español por editorial
Taurus.]
5 Anaximandro, Fragment, B. 1, Les présocratiques, edición
preparada
por Jean-Paul Dumont, París, Gallimard, Bibliothèque de la
Pléiade,
1988, p. 39.
Para Anaximandro de Mileto, filósofo
presocrático del siglo vi a.C., Cronos no se diviniza, pero existe un “orden
del tiempo” (taxis) que tiene que ver con la justicia. “Las cosas que son”,
escribe, yendo de la generación a la destrucción “según la necesidad”, “se
hacen justicia mutuamente y reparan sus injusticias de acuerdo con el orden del
tiempo”.5
El tiempo no se confunde con la justicia, pero
es, si no un agente, al menos aquello que permite que la justicia se
manifieste, haciendo posible que a una injusticia siga su reparación. Se puede
captar aquí el principio de un tiempo cíclico que juzga. Esta supuesta relación
entre tiempo y justicia contribuirá a hacer posible, muchos siglos más tarde,
la concepción de la Historia como tribunal del mundo. Sin embargo, entre
Anaximandro y Hegel existe todo el aparato cristiano del tiempo que culmina en
el Juicio Final
CRONOS DESDOBLADO
Para
tratar de capturar a Cronos, todas estas elaboraciones mitológicas narran, en
el fondo, un desdoblamiento del tiempo, entre un tiempo original inmortal,
inmutable, envolvente del universo, y un tiempo humano perecedero. Si
Aristóteles, con su definición, se aparta de esta noción, Platón, su maestro,
la retoma para elaborar su propia definición del tiempo como “imagen en
movimiento de la eternidad”. En efecto, existe, por un lado, el mundo de
los dioses eternos y, por el otro, “nuestro mundo”, hecho por el demiurgo a
imitación del primero. Pero, para perfeccionar el parecido entre ambos, Platón
tropieza con un impedimento, pues está, de un lado, una vida eterna y, del otro,
una vida engendrada. La mejor solución que encontró fue crear el tiempo como
imagen en movimiento de la eternidad, en movimiento porque avanza según el
número. Esto implica el nacimiento del sol, la luna y otros cuerpos celestes
que “aparecieron para definir y preservar los números del tiempo”.6
De
este trasfondo griego, Agustín conserva lo que le sirve para su propósito: el
desdoblamiento del tiempo y el contraste entre éste y la eternidad. Para
capturar el tiempo, despliega una doble estrategia: pensar el tiempo,
emprendiendo, como acabamos de recordar, un análisis fenomenológico para
responder a la pregunta “¿qué es el tiempo?”; y pensarlo, también, oponiendo la
eternidad de Dios a la temporalidad humana, resultado del pecado de Adán y
marca, de ahí en adelante, de la finitud de los hombres. La Caída es caída en
el tiempo
Dice
Agustín en su diálogo con Dios: “Eres idéntico a ti mismo, y tus años no se
desvanecerán. Tus años no van ni vienen; los nuestros van y vienen para que
todos puedan venir. Tus años existen todos juntos, porque existen; ni son
excluidos los que van por los que vienen, porque no pasan. Pero todos los
nuestros llegarán a ser cuando ninguno de ellos exista ya. Tus años son un
único día, y tu día no es cada día, sino un hoy, porque tú ‘hoy’ no cede el
paso al mañana ni sucede al día de ayer. Tu ‘hoy’ es la eternidad”.7
7 Agustín, Confesiones, op. cit., 11, 13, 16.
Estas
pocas frases son cruciales para la conformación del orden cristiano del tiempo.
Del lado de Dios, el “yo soy el que soy”, hay eternidad, ya sea un hoy perpetuo
o un presentismo absoluto, mientras que, del lado de los hombres, es lo
contrario: los años van y vienen, y un año sigue al otro hasta que todos hayan pasado.
Lo que lleva a esta cuasi paradoja: el tiempo es, en última instancia, porque
tiende a no ser. En efecto, el pasado ya no existe, el futuro aún no es y el
presente, si fuera siempre presente, sería la eternidad. El mismo movimiento
que abole el tiempo es, por lo tanto, también lo que lo constituye. Así, sólo
la fe, co6 Platón, Timeo 37b-38c, traducción de Luc Brisson, París,
GarnierFlammarion, 1992.
ÍNDICE
= Criterios de traducción
= Prefacio. El presente indeducible
= Introducción. De los griegos a
los cristianos
1.
= El régimen cristiano de
historicidad: Cronos entre
Kairos
y Krisis
= Los evangelios y el tiempo
= El horizonte apocalíptico
= El Nuevo Testamento y el futuro
apocalíptico
= Las Epístolas de Pablo
= Un régimen de historicidad
inédito: el régimen cristiano
2.
= El orden cristiano del tiempo y
su difusión
= Tiempo ordinario: los calendarios
y las eras
= La entrada en escena de los
cronógrafos
= Historia contra los paganos de
Orosio y La ciudad
de
dios de Agustín
= Las tablas pascuales: años de la
encarnación,
fin
de los tiempos
3.
= Negociar con Cronos
= La accommodatio
= La translatio
= La reformatio
4.
= Disonancias y fisuras
= La renovatio desviada: los
humanistas
= La translatio rechazada y
transformada
= La accommodatio pervertida
= La cronología bíblica enmendada
= Dos centinelas: Bossuet y Newton
5.
= Bajo el imperio de Cronos
= La cerradura bíblica estalla
= El progreso
= La historia y las recuperaciones
de kairos y krisis
= El caso de Ernest Renan
= Cronos sacudido y cuestionado
6.
= Cronos destituido, cronos
restituido
= Una nueva fractura de cronos
= Cronos destituido, relegado: el
presentismo
= Cronos restaurado: el nuevo
imperio de cronos
= Conclusión. El Antropoceno y la
historia
= Índice onomástico
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
360
Páginas
En
formato de 13.5 por 21 por 2.1 cm
Pasta
delgada en color plastificada
Primera
edición 2022
ISBN
9786070312618
Autor
Francois Hartog
Traducción
de Norma Durán
Editor
Siglo XXI
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CÓMO OCCIDENTE HA PENSADO
EL TIEMPO DESDE
EL PRIMER CRISTINIANISMO
HASTA HOY
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