LA INVENCIÓN DE LOS SEXOS
CÓMO LA CIENCIA PUSO EL BINARISMO EN NUESTROS CEREBROS
Y CÓMO
LOS FEMINISMOS PUEDEN AYUDARNOS A SALIR DE AHÍ
1 Libro Autor Lu Ciccia
Editor Siglo XXI
PRIMERA EDICIÓN 2022
LIBRO POR ENCARGO
¿Está el sexo en la naturaleza? ¿Quién
dijo que hay dos géneros, o dos orientaciones sexuales? ¿Somos resultado de
nuestras hormonas? ¿Cuánta biología hay en nuestro comportamiento, nuestros
deseos, nuestra subjetividad? ¿Hay cerebros rosas y celestes? ¿Los genes
determinan nuestras características, nuestro modo de ser, nuestras pasiones?
La invención de los sexos responde
a estas preguntas revisando evidencia y discutiendo interpretaciones. Al
hacerlo, muchas de las nociones que aceptamos como verdades científicas se
revelan endebles y sesgadas, cuando no escandalosamente falsas
Lu Ciccia recorre
la historia de la ciencia y desmenuza los argumentos con los que el discurso
científico sobre la diferencia sexual construyó legitimidad para el sistema de
valores androcéntrico y la supremacía del cis varón
En paralelo, revisa
los modos en que, a lo largo de esa historia, los feminismos interpelaron y
cuestionaron, con distintos énfasis, la naturalización de las jerarquías
¡EL CORAZÓN QUE ENGENDRA AL CEREBRO!
César Vallejo
EL CEREBRO ME PESA COMO UN
CUERVO CLAVADO ADENTRO
Alfonsina Storni
ASPIRO A UN ARTE DE CARNE Y HUESO,
CON CEREBRO Y CON SEXO
Oliverio Girondo
Hacia el final de la materia Fisiología General (que hace unos cuantos años cursó
la autora de este libro), aparece el contenido de sistema reproductor. Suelo
enfrentar a estudiantes con una pregunta de lo más sencilla: ¿cómo se
determinan el sexo y las estrategias reproductivas de un animal? A pesar de su simpleza
aparente, la pregunta genera una interesante discusión en el aula. Es cierto
que el sexo, y su gran aliado, la reproducción sexual, hacen su aparición muy
temprana en el teatro de la vida, con clarísimas ventajas adaptativas,
acelerando la evolución mediante la posibilidad de cambios y diversidades que
de otro modo no serían posibles. Pero por qué y cómo se determinan los sexos en
la naturaleza, así como la supuesta obligatoriedad de dos, y solo dos, sexos
(“tú con el tuyo, yo con el mío”, diría García Lorca en sus Bodas de sangre) es
aún motivo de debate e investigación
1. Véase D. Golombek,
“El espectro sexual.
No solo de diversidad de género vive la naturaleza”, Revista de la Universidad
Autónoma de México, julio de 2020 (de donde fueron tomados algunos párrafos de
este prólogo)
Y seguramente lo será por bastante tiempo
Allá por el 335 a.C., Aristóteles
propuso que el calor del “macho” (una noción que Lu va a problematizar) durante
la copulación determinaba el sexo de la cría. Si el calor masculino era suficiente, allí venían los
niños. Estas teorías ambientales de la determinación sexual mantuvieron su
popularidad por muchos siglos, hasta que a comienzos del siglo XX la aparición
en escena de los cromosomas sexuales pareció zanjar la discusión
Entre esos cuerpos coloreados (cromosomas) aparecían dos que no estaban con
igual representación: los viejos y queridos X e Y, determinantes del sexo en
mamíferos, que no son más que una particularidad dentro del vasto océano de las
posibilidades cromosómicas, letrísticas y sexuales. Pero aquí debió hacer
entrada el abecedario, ya que pronto no alcanzaron las letras para designar a
esos cromosomas diferentes. En algunos insectos (como las mariposas) los
cromosomas sexuales son los W y Z. Así, los individuos ZZ son machos y los Z0
(o sea, una Z y ninguna W), hembras. Pero si aparece el W, todo tiende hacia el
desarrollo de hembras (aunque, en algunos casos, el ambiente también participa
en el proceso). En algunas moscas, el número total de cromosomas X es la voz
cantante: habrá hembras XX, XXY y XXYY, mientras que los individuos XY o
incluso aquellos X a secas serán machos. Ni que hablar de las abejas, en las
que los huevos no fertilizados se desarrollan en machos y aquellos
fertilizados, en hembras. Sí: los machos no tienen padres… ni hijos
En las aves, las
hembras serán las de cromosomas diferentes (Z y W), los ZZ son los machos.
Estas mismas letras (Z y W) identifican los cromosomas sexuales de los reptiles
que, sí, son un poquito más complicados. Para complacer al viejo Aristóteles,
en los cocodrilos y las tortugas la determinación del sexo depende también de
la temperatura de incubación de los huevos, con diversas variaciones en la
preferencia de calor (aunque mal que le pese a los aristotélicos, a mayor temperatura
aparecen más hembras)
Por suerte nosotros,
los mamíferos, somos más simples…
Bueno, no. Es
cierto que en la mayoría de los casos el mundo se divide en los archiconocidos
XX y XY. Pero pueden existir además individuos que presenten XXY o incluso XYY,
o casos de personas con cromosomas XX en los que alguno de los cromosomas X
portan genes (como el SRY) que normalmente se encontrarían en el Y. De alguna
manera, esta variabilidad cromosómica también viene a desafiar una visión
binaria del sexo
Tampoco la situación es tan obvia si “observamos” un embrión. Hasta la
séptima semana de gestación, no hay forma de distinguir su sistema reproductor
que depende de muchos procesos paralelos –y para más detalles, aquí está el
libro–. El sexo, así, es un balance, más que una dicotomía tan parteaguas (aunque
Lu nos recuerda que la etimología de “sexo” remite a sección o separación)
Un momento: no
será tan obvio en cuanto a cromosomas o fenotipo, pero quizá la clave esté en
las hormonas sexuales. Pues… no: la diferencia hormonal es siempre
cuantitativa, y no cualitativa (todos los cuerpos producen ambos tipos de hormonas,
aunque en cantidades diferentes). ¿Será esta diferencia binaria? Lo
exploraremos en este libro: LA INVENCIÓN DE LOS SEXOS. Y
no lo comenten mucho por ahí, pero la progesterona es también precursora
necesaria de la formación de testosterona. Ambas vienen en frascos, tamaños y
velocidades capaces de llenar un laboratorio… solo que, como bien nos cuenta Lu
Ciccia en este texto, aún hoy es muy común que los trabajos con ratones, por ejemplo,
se realicen exclusivamente con machos, “para homogeneizar la muestra”, y los
resultados luego se extrapolen alegremente a hembras o, incluso, a humanos. No
cabe duda de que esto sigue llevando a conclusiones erróneas, aún en una visión
binaria del sexo. Existen diversas guías de
investigación que recomiendan lo obvio: siempre se debe considerar al
sexo como una variable en los experimentos, más allá del modelo animal que se
esté implementando. Sin embargo, invitamos a visitar la mayoría de los
laboratorios para comprobar que esto sigue siendo una rareza en las investigaciones.
Y aun, ¿sería una solución incorporar el sexo como variable biológica? A lo largo
de los capítulos, Lu nos dará pistas para responder
Pero no solo de sexo vive la
filosofía. Una primera lectura podrá decir que lo que está en discusión es el concepto
de “género”, que Lu nos define como “las expectativas socioculturales justificadas
en la idea de sexo”; aquellos aspectos en los que la historia, el ambiente, la
cultura, la sociedad y las preferencias individuales tienen mucho que aportar.
Pero siempre podíamos descansar en lo seguro, en la comodidad de que con el
sexo, esa vieja y querida distinción en dos mundos claramente diferenciados, no
se metía nadie. Con el sexo, no. Para eso estaba la biología de nuestro lado,
una ciencia cualitativa que dejaba a cada cual en su lugar. Malas (o buenas)
noticias: a medida que avanzamos más y más en el conocimiento de las bases
biológicas de la determinación sexual, nos quedan menos certezas, y un continuo
de posibilidades que enriquecen nuestras miradas
Así, éramos pocos y Lu nos trae a escena… al cerebro, ese que llena títulos
de Marte y de Venus, cerebros de pan, de testosterona o de empatía. Algo que
naturalizamos sin preguntar muy bien de dónde viene, cuáles son las evidencias
y sus consecuencias. En el camino, la autora no deja relación con cabeza:
cuestiona la causalidad entre biología y comportamiento, entre sexo y género,
entre cerebro y mente. Aprenderemos cómo se fue metiendo el binarismo en el
cráneo y cómo la mente no es nuestro cerebro. Algo es seguro: Lu nos hará
pensar y trastabillar, reconocer nuestros sesgos y dudar hasta de nuestras
dudas. Eso es quizá uno de los grandes méritos de este libro apasionante: cómo
una biotecnóloga devenida en neurocientífica devenida en epistemóloga feminista
nos incomoda, nos lleva a recorrer la travesía real del descubrimiento que,
como dijo algún escritor, no consiste en buscar paisajes nuevos sino en mirar
con nuevos ojos
La serie Mayor de Ciencia que Ladra es, al igual que la serie Clásica,
una colección de divulgación científica escrita por científicos que creen que
ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las
maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de
contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil
Ciencia que ladra… no muerde, solo
da señales de que cabalga
Lo anterior escrito por:
Diego Golombek
EN LA INTRODUCCIÓN SE ANOTA:
Del laboratorio a la epistemología feminista, en un solo paso
¿Por
qué existe este libro?
Podríamos afirmar, con
poco riesgo de equivocarnos, que casi nadie espera que desde una carrera de
Ciencias Exactas y Naturales se lleven adelante estudios con perspectiva de
género. Sin embargo, es mi caso. Como licenciada en Biotecnología, pasé de la
academia a la práctica científica: mi interés por comprender el funcionamiento
del cerebro humano –en especial, me maravillaba entender cómo “hacemos memoria”–
me llevó a presentarme a una convocatoria para realizar una tesis doctoral en
el laboratorio del Departamento de Fisiología del Sistema Nervioso de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires
Fui seleccionada para postularme en el Conicet y obtuve una beca que me permitió
dedicarme al proyecto en tiempo completo. Investigaba el rol de un receptor
–una proteína– del neurotransmisor serotonina. Este receptor está presente en
ciertas poblaciones neuronales y su función se encuentra ligada a lo que se
conoce como flexibilidad cognitiva: la capacidad con que solemos adaptarnos a
los cambios en nuestro entorno. El interés en estudiar este receptor, llamado
5HT-2A, radicaba en su posible implicación en ciertos tipos de psicosis, como
la esquizofrenia, donde se observa un déficit vinculado con esta capacidad.
Para la investigación usábamos ratones wild type (los así llamados salvajes o
normales) y ratones transgénicos (intervenidos genéticamente para no expresar el
receptor que nos interesaba). El objetivo era realizar ensayos conductuales
para comparar ambos grupos y observar si existían diferencias en experimentos
diseñados para evaluar la flexibilidad cognitiva. En caso de encontrar
diferencias, se deducía que eran producto de la ausencia / presencia del
receptor estudiado. Dada nuestra hipótesis, se esperaba que los ratones
transgénicos mostraran un desempeño menos favorable, en relación con los wild
type, en aquellas pruebas cuya superación requería buena flexibilidad
cognitiva.
Al comenzar con los ensayos, me
explicaron cómo obtener las camadas experimentales de ratones; es decir, la
selección previa necesaria, tanto entre los wild type como en el grupo transgénico,
para poder realizar los ensayos conductuales:
–Solo usamos los machos –me advirtieron–; las hembras
sirven para engendrar las camadas experimentales
–Pero ¿por qué se omiten las hembras en el estudio?
–Para no introducir las variables que resultan
de sus fluctuaciones hormonales
Pronto constaté que este no era un procedimiento exclusivo del laboratorio donde
trabajaba; como descubrí enseguida, se trata de una característica estructural.
Una característica reproducida, en general, por todos los laboratorios del
mundo orientados a la investigación básica en animales no humanos, salvo en
aquellos casos en que las investigaciones buscan diferencias entre los sexos o
se interesan en el sistema reproductor de la hembra
En otras palabras, el
macho era utilizado para comprender el cerebro y el comportamiento de los
ratones, comprensión que era luego extrapolada a nuestra especie
Entré en confusión porque, a
lo largo de la carrera, me habían enseñado a interpretar nuestros cuerpos de
manera dimórfica. Es decir, de acuerdo con dos tipos biológicos sobre la base de la reproducción. Yo había
aprendido que el dimorfismo implicaba genes, genitales, concentraciones
hormonales, órganos (los cerebros incluidos) y sistemas fisiológicos
Existen
–me habían repetido hasta el cansancio– dos sexos; esto es, biologías definidas
por sus roles en la reproducción, excluyentes entre sí, sin nada en el medio
Las consecuencias de esta clasificación de los cuerpos no se agotan en
esta curiosa separación del universo humano en términos reproductivos. Ocurre
que esta clasificación habilita interpretaciones sobre las personas en términos
de desvío: cuerpos que por uno o más motivos no se ajustan a las normativas biológicas
justificadas en la reproducción
2. La idea de desvío, cuerpos
atípicos o desorden del desarrollo sexual refiere a cómo el discurso biomédico
clasifica los cuerpos intersex en la actualidad. Esto legitima que la
variabilidad biológica existente en términos cromosómicos, gonadales, genitales
y sexuales sea homogeneizada (es decir, anulada, invisibilizada, mutilada) con
base en la idea de dimorfismo sexual que, a su vez, es respaldada por una
lógica reproductivista intrínsecamente violenta
Quiero aclarar que, cuando
me refiera a la palabra sexo a lo largo del libro: LA
INVENCIÓN DE LOS SEXOS; lo haré en el sentido biomédico: nuestra biología
definida a partir de los roles en la reproducción. Así distinguiremos entre el
sexo y el concepto de género que, a grandes rasgos, interpretaremos como las
expectativas socioculturales justificadas por la idea de sexo
También quiero precisar, desde ahora, que la idea biomédica de sexo
expresa un sinnúmero de problemas metodológicos, epistémicos y ontológicos.
Empecemos por notar que, desde su etimología, la palabra sexo remite a una
separación, un corte. Establecer como punto de corte para definir nuestra
biología la posible producción de ovocitos y esperma supone un sesgo que
obstaculiza el acceso a una mejor comprensión respecto de las prevalencias, el
desarrollo, y el tratamiento de enfermedades. Esto significa que se trata de un
punto de corte más asociado con las normativas de género cisheterosexuales, que
con verdades biológicas fundamentales para entender las formas de enfermar. Sin
embargo, no fue fácil darme cuenta de esto
Del objetivo de la investigación de
mi laboratorio podemos deducir dos presupuestos fundamentales. El primero es
que si las hembras no se incorporaban a los estudios cerebrales básicos eso
implicaba que el dimorfismo sexual cerebral no existía; es decir, que no había
dos formas de cerebro, según el sexo, para los miembros de toda la especie. O
bien, en segunda instancia, que el rol del receptor en la población neuronal del
estudio funcionaba igual en ambos sexos
Pero las dos posibilidades resultaban paradójicas. En primer lugar, porque la
esquizofrenia es más prevalente en cis varones que en cis mujeres. En el ámbito
de la salud, este tipo de prevalencias se asumen como debidas al sexo, y al
tratarse de salud mental, era lógico suponer que se debía al sexo de los
cerebros. En segundo lugar, porque queríamos dilucidar para qué servía ese
receptor, de modo que establecer a priori que el funcionamiento era igual en
ambos sexos era, como mínimo, cuestionable
Entonces pensé que quizá la prevalencia en esquizofrenia se explicaba de
manera diferente y, después de todo, las diferencias no se debían el sexo. Para
confirmar mi suposición ingresé a Pubmed, la base de datos más importante del
mundo de publicaciones biomédicas, y busqué toda la información posible sobre
cerebros humanos. Para mi sorpresa, y contralo que sostenía la investigación
básica del laboratorio, encontré infinidad de artículos acerca de las
diferencias cerebrales entre cis varones y cis mujeres. Para el discurso
neurocientífico predominante en efecto existen dos tipos de cerebros: se sostiene
la existencia de un dimorfismo sexual cerebral y, para el caso de la
esquizofrenia, se da por sentado que la prevalencia en cis varones resulta de
ese dimorfismo, al igual que la depresión, más prevalente en cis mujeres
Y aquí vale una aclaración. El
dimorfismo puede referir a un órgano y/o estructura específica, o bien a un
sistema (como el reproductivo) que implica más de un órgano. Como detallaré, el
discurso hoy predominante alude a una suerte de neodimorfismo. Es decir, se
reconocen las variabilidades biológicas existentes para todo parámetro, pero se
sigue sosteniendo la naturaleza de dos tipos biológicos basada en la idea de
“diferencias promedio” entre cis varones y cis mujeres. Y, lo que es muy
importante, estas diferencias irían desde lo molecular hasta el comportamiento
De lo dicho se desprende un
segundo presupuesto: se daba por sentado que cerebro y comportamiento eran
equivalentes. O más aún: que el cerebro causaba la conducta. La búsqueda de
fallas en receptores neuronales para explicar comportamientos asociados con la
esquizofrenia dejaba en evidencia que, para el discurso neurocientífico
predominante, la mente es nuestro cerebro y los llamados “desórdenes
psiquiátricos” son el resultado de una predisposición genética / hormonal
a-social
En síntesis: por un lado, la
literatura científica abogaba por el dimorfismo o neodimorfismo para explicar
las diferencias cerebrales entre cis varones y cis mujeres; por otro lado, en los
estudios básicos y preclínicos realizados en roedores
3. Se denomina ensayos clínicos a los que se realizan en
personas; clinos significa “cama”. En contraste,
los ensayos preclínicos aluden a los estudios que se efectúan en animales no
humanos. Existen, entonces, ensayos preclínicos y clínicos correspondientes a
distintas fases de una misma investigación. Por ejemplo, la prueba de un
determinado fármaco; primero se estudia su efecto, grado de toxicidad, etc., en
animales no humanos y, de superarse esa fase, se realizan ensayos clínicos que
tienen sus propias etapas y varían en cuanto a la cantidad y calidad (personas
sanas-enfermas) de la población que participa. Por otro lado, los estudios
básicos se realizan tanto en animales no humanos como en humanos, a fin de
producir conocimiento relevante para la ciencia aplicada las hembras eran
omitidas para evitar las variables asociadas con sus fluctuaciones hormonales.
Pero la omisión no era una simplificación puesto que, si había dimorfismo, no
se llegaba al mismo resultado por una vía más corta.
A fin de entender mejor lo
que parecía un error metodológico, volví a Pubmed para investigar en qué
consistían los estudios orientados a buscar diferencias cerebrales entre cis varones
y cis mujeres. ¿Qué significaban esas diferencias? Una cosa era segura: en los
estudios en humanos se partía de las prevalencias neurodegenerativas y
psiquiátricas observadas para sostener que las diferencias sexuales en los
procesos fisiológicos eran una vía natural para comprender la regulación de
esos procesos que, en última instancia, se esperaba que expliquen tales
prevalencias.
Desde ese punto de partida en los trabajos, se elaboraban presupuestos e
hipótesis que asumían que los cerebros de los cis varones tenían facilidad para
el razonamiento y los de las cis mujeres para la empatía. Entonces intentaban
encontrar correlaciones que interpretaban como causales para afirmar que esta
diferencia era resultado del dimorfismo sexual, y ese dimorfismo resultaba en
prevalencias neurodegenerativas y psiquiátricas sexo específicas. En la misma
línea, se buscaban causas cerebrales para una multiplicidad de capacidades y conductas
que supuestamente diferían entre cis varones y cis mujeres. Conductas, por
ejemplo, vinculadas con la agresividad y la sexualidad. Ahora resultaba muy
sencillo deducir por qué omitían a las hembras. Se
trataba de un sesgo androcéntrico: el sexo no era considerado una variable
biológica porque se conceptualizaba al macho como índice de referencia. El
cerebro de las hembras, simple y más primitivo, era subsumido dentro del
cerebro complejo y evolucionado de los machos. En efecto, la razón, más
valorada en nuestras sociedades, parecía una propiedad inherente del cis varón.
En otras palabras, el dimorfismo sexual estaba jerarquizado
De acuerdo con el discurso neurocientífico predominante acerca de la
diferencia sexual, el género era una consecuencia inherente del sexo. Por eso
la literatura científica utilizaba “sexo” y “género” como términos
intercambiables. Nacer con vulva o con pene implicaba un destino biológico y
social
Respiré hondo para pasar de los presupuestos e hipótesis que afirmaban que mi
cerebro no estaba “hecho” para dedicarme a lo que me dedicaba –hacer ciencia
según el método moderno que apelaba a la objetividad y la abstracción anulando
el rol de las emociones– a evaluar las metodologías que se implementaban en los
diseños experimentales de esos estudios. Esto es, la manipulación de variables
y el análisis de datos para corroborar las hipótesis de aquello que es objeto de
estudio. Quería verificar qué tan confiables eran. Una vez más, sonaron las
alarmas. Noté ciertos sesgos comunes entre el control de las variables y los
“resultados concluyentes” a los que se arribaba, y también advertí que existían
múltiples resultados contradictorios entre distintas investigaciones, que la
mayoría de los estudios tenía un bajo número de participantes, y que era común
su escasa o nula replicabilidad. En efecto, verifiqué que los estudios
neurocientíficos en general, y no solo los orientados a la búsqueda de
diferencias entre los sexos, se caracterizan por su baja fiabilidad
estadística. Es decir: por cuestiones estructurales, económicas, de complejidad
y dificultad para obtener grupos experimentales, en un estudio “estándar”
suelen participar entre 20 y 50 personas (esto también se aplica a los estudios
realizados en animales no humanos)
Este
escenario me llevó a una verdadera preocupación: ¿por
qué justificar en las prevalencias la búsqueda de dimorfismos sexuales en
cerebros humanos si, aun concluyendo que existían, se los ignoraba al realizar
estudios básicos y preclínicos exclusivamente en machos? Confirmar que
había dos tipos de cerebros diferentes, ¿tenía un sentido biomédico real o solo
servía para, sobre argumentos biomédicos, alentar trabajos que legitimaban una
lectura jerárquica de los cerebros explicada según “los roles que nuestros
ancestros tuvieron en la reproducción”?
Con toda esta información en mi cerebro, mis intereses e inquietudes
cambiaron: ¿la idea de dimorfismo sexual y la reducción de la mente al cerebro
eran presupuestos independientes? ¿Estaban relacionados? ¿Cómo? ¿Y esto tenía
alguna conexión con la lectura cerebral jerárquica? ¿Cuál? ¿Qué vínculo había
entre sexo y género?
Mis nuevos intereses me llevaron a Diana Pérez y Diana Maffía, futuras directoras de un nuevo
proyecto doctoral. Ellas encausaron, guiaron y acompañaron mis objetivos, y juntas
nos propusimos realizar un análisis crítico del discurso neurocientífico acerca
de la diferencia sexual e historizar sus presupuestos para develar los sesgos
que condujeron a las hipótesis actuales
Una vez desmitificado el quehacer científico a través de mi propia
experiencia, me propuse mostrar que la supuesta objetividad y neutralidad de
las hipótesis e interpretaciones de los estudios neurocientíficos orientados a
la búsqueda de diferencias sexuales estaba impregnada de sesgos androcéntricos
En este sentido, cabe
recordar el trabajo del físico, filósofo e historiador Thomas Kuhn, que ya en
los años sesenta hablaba de la ciencia como una institución social cuyas
revoluciones o cambios de paradigma dependían del contexto, de una deliberación
de verdad dentro de una comunidad científica no ajena a la estructura económica
y política donde se desarrollaban las teorías, presupuestos e hipótesis
Sin embargo,
como mostró con posterioridad la epistemóloga feminista Evelyn Fox Keller, Kuhn
no se refería a valores androcéntricos. Esto es, no problematizó quiénes hacían
ciencia (cis varones blancos, adultos, propietarios y occidentales) ni tampoco
la exclusión de ciertos valores (emoción)y la exigencia de otros (objetividad,
neutralidad, razón, abstracción, universalidad) para hacer “buena ciencia”. En
suma, continuó manteniendo los valores desarrollados durante la modernidad y,
no por casualidad, encarnados por la cis masculinidad blanca, única
corporalidad habilitada para producir conocimiento legítimo
Por eso, en
este nuevo proyecto con las Dianas, nos propusimos trazar desde la
epistemología feminista una genealogía del discurso sobre la diferencia sexual
que nos condujera al actual discurso neurocientífico, dilucidar las
continuidades y rupturas entre los argumentos que desde la modernidad (por allá
por los siglos XVII y XVIII) hasta hoy se elaboraron para jerarquizar los
cerebros. Al mismo tiempo quisimos que el discurso científico, en sus
diferentes momentos, dialogara con las llamadas olas del feminismo con las que
coexistió: ¿cuáles eran las resistencias feministas? ¿Cómo esos diálogos supusieron
la actualización de los discursos científicos y de las críticas feministas?
¿Cuál/es son esos diálogos hoy?
Algunas consideraciones más
y de qué van los capítulos que forman este libro
Antes que nada, primero
que todo: en esta narrativa recorto los hechos, selecciono, dejo afuera muchas
cosas sin duda importantes, decido destacar otras: por lo tanto, quedarán
hechos científicos y feministas fuera de esta lectura. Como toda narrativa,
está sesgada por los intereses y posturas de quien narra. Esta característica no
es un caso particular del cómo yo elijo narrar, sino que se trata de un rasgo
general de la narración: la historia nunca es contada por una narrativa única que
describe la verdad de los hechos. En cambio, se basa en la validación, o no, de
las interpretaciones que desarrollamos para describirlos, y en esas
interpretaciones está implicada la propia selección de los acontecimientos.
Tener hipótesis firmes, bien argumentadas, y justificar debidamente sus
objetivos es lo que hace que una historia sea válida. Espero lograrlo adelantando
que se trata de una entre tantas. En efecto, requiere de muchas otras para
complementarse
El recorrido que haremos en
torno a la historia de la ciencia y la historia de los feminismos no debe
entenderse de manera lineal y etapista. Esto es, la idea de avance científico
cobra sentido durante la modernidad, cuando comienzan a instalarse los valores
de una ciencia con pretensión de universalidad sobre la base de una perspectiva
mecanicista, que empieza a guiar la forma de producir conocimiento. En otras
palabras, “más conocimiento” no debe entenderse como “mayor verdad”, sino como
una profundización en los presupuestos e hipótesis que legitimaron esa
perspectiva. Esto significa que las explicaciones metafísicas predominantes
hasta entonces no fueron desplazadas por un conocimiento mayor, mejor o más
verdadero que supuso invalidarlas. En cambio, fueron desplazadas por una nueva
forma de mirar lo mismo, lo cual equivalió a interpretar de manera diferente
los mismos hechos. Una interpretación que fue (como veremos) funcional al contexto,
al orden social emergente
Para poner las cartas sobre
la mesa antes de arrancar el recorrido, vale precisar aquí algunas ideas que
guían el modo en el que me acerco a los problemas de este libro. Como dijimos, los
discursos que nos interesa examinar aquí tienen su origen en la modernidad. Tal
como sostienen les autores del llamado “giro de colonial”, la modernidad solo
fue posible por el genocidio indígena, un genocidio que fue también epistémico
Dos consideraciones resultan
fundamentales a este respecto
En primer lugar, los
procesos de modernización no fueron intraeuropeos. El segundo punto es que la
expansión colonial no solo dio lugar a cambios económicos que posibilitarán la industrialización
y el capitalismo, dado que las nuevas
formas de producción implicaron, al mismo tiempo, nuevas formas de
reproducción, una nueva visión del mundo, de la naturaleza y, de manera
sincrónica, una reinterpretación de los cuerpos. Dicha reinterpretación, que
supuso el desarrollo de una ontología moderna del cuerpo, fue sobre la base de la
racialización y la sexuación como procesos simultáneos. En este libro voy a
centrarme en el modo en que se desarrolló una ontología moderna del cuerpo
desde la sexualización y la sexo - generización, aunque señalaré ciertos
paralelismos con la racialización, especialmente evidentes en el siglo XIX
Respecto de las llamadas olas
del feminismo, reconozco que es una manera esquemática y simplista de
caracterizar los distintos movimientos. Por eso subrayo que en esta idea de “olas”
coexistieron en todos los tiempos distintas corrientes
Así, hablar de la segunda ola del feminismo no significa que la primera haya
pasado de moda. En cambio, por olas caracterizaré los tipos de corrientes que
predominaron en contextos específicos y cuyas críticas al discurso científico
acerca de la diferencia sexual fueron relevantes
En efecto, no me parece casual que las épocas y lugares donde se ubican el
protofeminismo, la primera, la segunda y lo que algunos identifican como la
tercera ola hayan coincidido con los hitos científicos que marcaron puntos de
inflexión en los discursos sobre la diferencia sexual. Cosa que quedará plasmada
en cada capítulo
4. Por supuesto que la metáfora de olas ha sido criticada por ser una mirada
eurocéntrica de los feminismos. Suscribo, pero enfatizo que justamente es en
Europa y los Estados Unidos donde se desarrollaron los diálogos directos entre
el discurso científico y los feminismos. Y claro que eso se explica por los
procesos de modernización antes descriptos. Para un análisis actual sobre el
feminismo y las olas como metáfora, recomiendo A. Chaparro, “Las olas
feministas, ¿una metáfora innecesaria?”, Korpus 21. Sobre las olas del feminismo,
2(4), 2022, pp. 77-93
Por lo tanto, surfearé las olas del feminismo al compás de la historia
del cerebro, hasta llegar a los presupuestos e hipótesis del actual discurso
neurocientífico
5. Así, ubicaré la primera ola en Europa. Luego, la importación de capital
intelectual durante la segunda posguerra me llevará a centrar la segunda ola en
los Estados Unidos. Y si bien a partir de los años noventa las tecnologías de la
información habilitaron una mayor descentralización que puso en escena
movimientos y corrientes hasta entonces invisibilizados, mostraré que las
principales críticas y diálogos con el discurso científico provienen del mundo
anglo del Norte Global, con alguna excepción europea
Como ya destaqué, este
recorrido propone un abordaje centrado en los discursos sobre la diferencia
sexual. Es decir, abordo el desarrollo de las relaciones de género, la
identidad y la sexualidad durante la modernidad, sin problematizar su interrelación
con los procesos de racialización en el contexto colonial
6. Pero debemos tener presente que
la idea de feminidad descrita por el discurso científico que analizaremos refiere
a la feminidad blanca en el marco de la expansión colonial y su posterior
desarrollo
7. Agradezco a mi colega Lucía Núñez por enseñarme, a través de sus
reflexiones y habilitándome material bibliográfico, que las oposiciones no eran
solo entre masculinidad y feminidad, sino también entre feminidades en el marco
de los procesos de racialización tu positivista tuvo como una de sus
prioridades establecer una conexión causal entre sexo y cerebro/rol social
Hoy, está feminidad se
encuentra expandida en
un sentido simbólico, lo cual implica que existe un imaginario sobre cómo ser
femenina que interpela a todas las subjetividades que se identifican con lo
femenino.
Comenzaré el capítulo uno
con una breve genealogía del cerebro que posibilite vislumbrar el papel que
tuvieron muchas disciplinas y teorías en la articulación del discurso
científico que derivó en el actual. Veremos el desarrollo de un sistema de
valores que sostuvo la lectura jerárquica de los cuerpos en clave moderna e
identificaremos dos rasgos fundamentales de esta modernización: la idea de
dimorfismo sexual y el eclipsamiento del dualismo cartesiano por la
institucionalización de la ciencia y la física newtoniana. Esto es, cómo la reducción
de la mente al cerebro fue condición necesaria para el nacimiento del discurso
científico moderno acerca de la diferencia sexual. Adentrándonos en la biología
decimonónica, exploraremos cómo las teorías provenientes de diferentes disciplinas
fueron fundamentales para justificar en términos biológicos la inferioridad
mental de la mujer. Para constatar este hecho, mostraré diálogos claves entre
la llamada primera ola del feminismo y el discurso científico y veremos que el
espíri6 Para un acercamiento a este tema respecto de la normativización genital
que se desarrolla a partir de dicho contexto, véase Dau García Dauder, “La
intersexualidad en la construcción de la diferencia racial
El racismo en la construcción de la intersexualidad”, en S. Guerrero Mc Manus y L.
Ciccia (coords.), Materialidades semióticas. Ciencia y cuerpo sexuado, Ciudad
de México, Ceiich-UNAM, 2022, pp. 47-79.
En el segundo capítulo conoceremos
tres acontecimientos fundamentales para la historia del discurso científico
acerca de la diferencia sexual y los feminismos. Pero para entenderlos veremos
primero dos hechos claves: la aparición de las llamadas hormonas sexuales en el
discurso científico y el establecimiento de la sinapsis química como primera
forma de comunicación entre neuronas. La endocrinología se vuelve una
disciplina fundamental para fortalecer la idea de un vínculo causal entre sexo
y rol social. Volviendo a los acontecimientos, el primero será el desarrollo
del concepto clínico de género por parte del psicólogo infantil John Money a
mediados de los años cincuenta. El segundo capítulo
será especialmente relevante para entender la reapropiación de la noción
de género por las feministas estadounidenses de la segunda ola: la consolidación
de la neuroendocrinología del comportamiento como disciplina científica
A través de varios trabajos de
Money expondré su ardua pelea con les adherentes a la teoría organizacional / activacional
(O/A) propuesta por el discurso neuroendocrinológico. Veremos que triunfará la
teoría O/A con una clara idea de género determinista, esencialista y
biologicista
El tercer acontecimiento serán los diálogos que los feminismos
predominantes de la segunda ola tuvieron con el discurso científico, incluyendo a un Money
ya convertido al dogma clásico de la neuroendocrinología. Veremos que estos
feminismos solo problematizarán el aspecto determinista y para ciertos rasgos.
La teoría O/A logrará trazar, por primera vez desde el siglo XVIII, un puente
empírico entre biología y conducta
Estamos ante una explicación totalmente moderna para respaldar la
existencia de un dimorfismo sexual cerebral: acaba de establecerse la
existencia de un vínculo causal entre sexo y género
Llegados al tercer capítulo, indagaremos
las corrientes que generaron una ruptura con los feminismos hegemónicos hasta
entonces predominantes para poner en agenda los temas de las mujeres. Aquí será
fundamental la relevancia del giro discursivo con la llegada de los feminismos
críticos, negros y lesbianos, la Teoría Queer y los Estudios Trans. Este giro
pondrá por primera vez en crisis el orden temporal entre sexo y género. Es
decir, no asumirá que el sexo es un dato objetivo que antecede y sobre el cual
se funda el género, idea establecida por la ciencia moderna y no problematizada
por los feminismos de la primera y segunda ola. En contraste, desde el giro
discursivo se describirá cómo las normativas de género vuelven inteligible el
cuerpo sexuado. Esto supuso cuestionar la autoridad científica en su punto
neurálgico –la causalidad entre sexo y género– y las interpretaciones
deterministas y esencialistas sobre el cuerpo, la identidad de género y la
sexualidad.
También mostraré el impacto de
este hecho en la producción de conocimiento orientada a confirmar y reconfirmar
la existencia de un dimorfismo sexual cerebral: a saber, un recrudecimiento del
determinismo, el esencialismo y el biologicismo. Este recrudecimiento se hará
visible en el incremento de investigaciones que, justificadas en la teoría O/A,
se orientarán a encontrar causas cerebrales para la existencia gay, lésbica y
trans. Describiré las hipótesis más emblemáticas que hoy circulan en el ámbito
biomédico en este sentido. En resumidas cuentas, el discurso científico
predominante buscará fortalecer la existencia de un vínculo causal entre sexo y
género desde un carácter explícitamente cisheteronormado
Este vínculo también buscará
ser fortalecido desde estudios que explican en términos prenatales las
diferencias observadas entre cis varones y cis mujeres para ciertas habilidades
y conductas
Y aquí entraremos al
capítulo cuatro para conocer aquellas habilidades y conductas que, de acuerdo
con la teoría O/A, presentan la mayor diferencia entre los sexos: las
habilidades visoespaciales, la fluidez verbal y la conducta de juego y la elección
del juguete de las infancias. Sin problematizar en la dicotomía moderna entre
naturaleza y cultura, veremos que para la neuroendocrinología y las
neurociencias cognitivas el sexo es un contribuyente presocial fundamental de
esas habilidades y conductas, y el género se interpreta como un aditivo
cultural periférico. Así, el giro discursivo que en los años noventa interpeló
el orden temporal entre sexo y género fue neutralizado a través de la técnica y
la tecnología por un discurso molecular fuertemente determinista, esencialista y
biologicista sobre la diferencia sexual
Este capítulo dejará en
claro que la idea de dimorfismo sexual cerebral a través de la teoría O/A se
suavizó en una suerte de neodimorfismo y enmascaró el aspecto jerárquico intrínseco
a la teoría. Así, los presupuestos e hipótesis elaborados desde segunda mitad
de siglo XX hablarán de diferencias promedio entre cis varones y cis mujeres y
describirán como virtuosas aquellas características optimizadas en los cerebros
de las cis mujeres. Hoy estamos en el pináculo de este tipo de discursos. En
efecto, veremos que existen investigadoras, que bajo este enmascaramiento,
reafirman que sus cerebros no están optimizados para hacer buena ciencia
En el último capítulo veremos
cuáles son los discursos feministas actuales que dialogan con el discurso neurocientíficos
sobre la diferencia sexual predominante. Y habrá llegado el momento de
contarles que las Oficinas de la Mujer de ciertos Institutos Nacionales de
Salud promueven la inclusión del sexo como variable biológica, y también la de
los cerebros en el ámbito psiquiátrico. Esto significa que reproducen los dos
sesgos modernos: la idea de dimorfismo sexual y el cerebro como órgano de la
mente humana. Curiosamente, esta fue mi postura al enterarme de que las hembras
no se incluían en los ensayos conductuales del laboratorio. Pero ¿es una manera
adecuada de inclusión?
Si bien el giro discursivo fue
clave para despegarnos del esencialismo naturalizado que implicaba no
problematizar el orden temporal entre sexo y género, no cuestionó el
esencialismo en sí. Después de todo, ¿hay o no hay dos cerebros? ¿Y qué pasa
con el resto de los parámetros? Y entonces veremos que la actual idea
neodimórfica de los cuerpos será criticada por las feministas de la
“NeuroGenderings Network” (un grupo internacional de investigadores en
neurociencia y estudios de género), que, sobre la idea de plasticidad, tornarán
inviable una categorización binaria no solo de los cerebros sino de otros
parámetros
Sumándose a estos cuestionamientos, las llamadas nuevas materialistas
feministas pondrán en crisis la idea cerebro - centrada de la mente humana.
Incorporando la noción de mente corporizada harán una interpretación
fenomenológica para afirmar que la mente es nuestro cuerpo en el mundo y su
relación con el entorno. También problematizarán la dicotomía
naturaleza-cultura desde la noción de epigenética
Así, la existencia de una conexión causal entre sexo y género resultará cuestionada.
Más aún, al distanciarse tanto del esencialismo científico como del giro
discursivo, los nuevos materialismos criticarán el orden temporal lineal
afirmando que sexo y género son categorías simultáneas: no existe una antes que
la otra
Por último, mostraré
que las críticas hechas por las investigadoras de la NGN y las nuevas
materialistas son fundamentales, pero todavía resultan compatibles con una
lectura biologicista que asume que una disposición biológica, sea o no centrada
en los cerebros, es suficiente para la aparición de un cierto tipo de conducta.
En este sentido, no parece diluirse la conexión moderna fundamental: la
existencia de un vínculo causal entre biología y comportamiento. En cambio, parece
desdibujarse la categoría de sexo sobre una idea de polimorfismo y plasticidad
que continúa naturalizando ciertas conductas generizadas
En otras palabras, cuestionar
el presupuesto moderno de dimorfismo sin relacionarlo con el biologicismo
supondrá recaer, de una u otra manera, en el primer presupuesto –el dimorfismo
sexual– desde una perspectiva polimórfica: cierta genitalidad puede ser
suficiente para hacer más probable determinada conducta
Sobre la base de lo anterior incorporaré
algunas ideas provenientes de la filosofía analítica para, uniéndome a las críticas
al presupuesto moderno de dimorfismo, criticar otro presupuesto indisociable:
argumentaré que la mente no puede reducirse ni al cerebro ni a ningún otro dato
fisiológico
En este sentido, mi
crítica se centrará en el orden temporal lineal entre causa y efecto, una
linealidad que termina por legitimar la relación entre genitalidad y
comportamiento
Problematizaré aquello que
puede explicarnos el cerebro en tanto agente causal y plantearé que nuestros
estados biológicos son sincrónicos con nuestros estados psicológicos
En consonancia con las nuevas materialistas, afirmaré que estamos hechos de
prácticas discursivas-materiales. En este sentido propondré que, de existir
vínculos entre biología y conducta, entre sexo y género, entre genitalidad y
habilidades cognitivas - conductuales, no se trata de vínculos causales sino de
vínculos estadísticos que dan cuenta de la fuerza que en el desarrollo de
nuestra subjetividad tienen las normativas de género
Hacia una lectura revolucionaria
de los cuerpos: aprender a ver
Y para concluir, quiero
centrarme en la intención en cuanto a la interpelación que aspiro a generar en
les lectores. La palabra “deconstrucción” es de uso frecuente y solemos
emplearla para referirnos a procesos personales: “estoy en deconstrucción”.
Pero quisiera retomar algo del sentido original de este concepto desarrollado
por Jaques Derrida, que remite a una forma de leer los textos, de analizar sus
significados leyéndolos de otra manera que no sea “la oficial”. Preguntarnos qué
no dice un texto, y encontrar en esos silencios significados claves. Una lectura,
como han propuesto algunos autores, subversiva y no dogmática. Sin embargo, por
la historia que la palabra “subversión” tiene en relación con el último golpe cívico
- militar argentino, y su uso para legitimar el crimen de laes compañeres
desaparecides, prefiero usar el término “revolución”. Llevar la idea de
deconstrucción a los cuerpos para desarrollar una lectura revolucionaria de los
cuerpos
Por supuesto que los conceptos no
son rígidos y cambian con el uso. Sin embargo, les propongo que pensemos la
palabra deconstrucción en el sentido antes descrito. Porque solo si hacemos
lecturas revolucionarias de cómo nos relacionamos podremos visibilizar tanto
las condiciones físicas como simbólicas que dan continuidad a una lectura
jerarquizada de nuestras corporalidades. Una lectura que no se sostiene solo
por relaciones de opresión, sino también por relaciones de subordinación
Como sostuvo la antropóloga Gerda Lerner, la opresión refiere a una acción
explícita, transparente, de violación de la voluntad. En contraste, la autora
dice que hay subordinación cuando, en una suerte de negociación, las personas
nos ubicamos activamente en lugares subordinados
8.
G. Lerner, La
creación del patriarcado, Barcelona, Crítica, 1986.
Así, esta idea da cuenta de cómo podemos reproducir física y
simbólicamente los privilegios de la cis masculinidad heterosexual blanca
Privilegios que queremos que dejen de existir. Por eso les propongo aspirar a
una lectura revolucionaria de los cuerpos. Una lectura que nos ayude a
visibilizar cómo reproducimos lo que criticamos y que poco a poco desande la
actual, que se nos presenta como la única legítima para categorizarnos, pero cuya
legitimidad inherente es sobre la idea de jerarquización
Por
último, algo que repetiré a lo largo de los capítulos
Podría pensarse que el problema, lo
que hay que cuestionar, es la jerarquización de las diferencias entre cis
varones y cis mujeres. Muy lejos de eso, lo que vengo a proponer aquí es que la
idea de dimorfismo sexual (o neodimorfismo), sobre la que se fundan las
lecturas jerárquicas de los cuerpos, fue construida y refinada por el discurso
científico como forma de justificar y sostener la estructura social, económica
e ideológica que la modernidad requería. Esto nos conduce a una posible
pista para comenzar a
desarrollar una lectura revolucionaria de los cuerpos. Para volver posible
otras lecturas es necesario mirarnos y mirar los cuerpos de otras: amigues,
familia, en la calle, en el colectivo. Mirarnos hasta lograr dejar de reducir
la diversidad y multidimensionalidad que se nos presenta a una genitalidad. Una
genitalidad que siquiera vemos, sino que imaginamos que está debajo de la ropa
¿Cómo habilitar una lectura de cuerpos diferente, que desborde el actual sistema de
sexo - género? Quizás podemos tomar una primera recomendación de Gise, mi
profesora de dibujo de hace muchos años. Cuando yo quería aprender a retratar,
ella me decía: “No tenés que ver un ojo, ni una mirada, solo tenés que ver
luces y sombras; si ves el ojo no vasta lograr la profundidad de la mirada”. El
ojo como órgano, la mirada como cuerpo que mira. El ojo como parte de ese cuerpo
deja de ser órgano, es convertido en singularidad, en subjetividad por quien
mira y por quienes ese ojo fue mirado
Pero para que suceda esa transformación, para que esa mirada aparezca en
el trazo y el ojo como parte de ella, tenemos que desaprender nuestra forma de
ver: el ojo tiene que diluirse para dar lugar a una infinidad de texturas, de
colores, de formas. Diversidad de rasgos que están ahí, pero se nos vuelven
opacos. Aprender a ver ahí donde miramos tantas veces y siempre vemos lo mismo.
Ver, una y otra vez, con imaginación y creatividad, hasta lograr ver algo
diferente.9 Cuando me refería a que la ciencia moderna implicó interpretar de
manera diferente un mismo hecho, quería decir eso en relación con los cuerpos;
la nueva descripción los tornó cualitativamente diferentes, según dos formas.
Pero esta no es una descripción más verdadera que las anteriores ni que otras
posibles futuras
9. Me refiero a
“aprender a ver” no
en un sentido literal. Más bien, se trata de poner en juego todas aquellas
percepciones sensoriales que cada persona esté dispuesta a desarrollar, pueda y
tenga posibilidades de hacerlo. Un aprendizaje multidimensional. Me refiero a
“aprender a ver” no en un sentido literal. Más bien, se trata de poner en juego
todas aquellas percepciones sensoriales que cada persona esté dispuesta a
desarrollar, pueda y tenga posibilidades de hacerlo. Un aprendizaje
multidimensional
Solo se trata de una descripción que
hoy es válida y continúa actualizando su validación desde la perspectiva
mecanicista
Una lectura revolucionaria de
nosotres mismes supondrá, quizás,
incomodarnos, perder certezas, esas que nos ofrece una biología entendida de
manera determinista, esencialista y biologicista. Pero son certezas peligrosas,
engañosas, que descansan en un sistema binario que aplasta subjetividades y jerarquiza
cuerpos. Certezas hechas de sesgos androcéntricos
El comienzo, la invitación a
iniciar la lectura que les propongo, es habilitar incertidumbres. ¿Existe un
sexo objetivo, neutral, universal sobre el que se fundan los géneros, tal como hoy
sostiene el discurso científico y muchos feminismos? ¿O acaso son los géneros
los que están antes, en el discurso, y dan sentido a la idea de sexo, como
propusieron en los años noventa las teorías críticas? ¿Y si no se trata de
ninguna de las dos cosas? ¿Qué es la biología? ¿Es determinante o para nada relevante?
¿Qué relación existe entre la biología y nuestra identidad de género, nuestra
sexualidad, nuestros intereses y deseos? Para una lectura revolucionaria de los
cuerpos es fundamental humanizar la ciencia, reconocer sus sesgos y darnos lugar
para reflexionar sobre todos estos cuestionamientos
ÍNDICE
Este
libro (y esta colección)
Introducción.
Del laboratorio a la epistemología
feminista,
en un solo paso
1.
ENTRAR EN CALOR. LA HISTORIA DEL CEREBRO
CON PERSPECTIVA DE GÉNERO
= Del
cuerpo único a los dos genitales: derechos
y protofeminismo
= La
modernización de la ciencia y el desarrollo de un
discurso centrado en la idea de dimorfismo
sexual
= De
cómo la idea de dimorfismo sexual supuso proyectar
la jerarquía en el cerebro
= La
capacidad de las mujeres, la institucionalización
de la ciencia, y el mecanicismo
= El
surgimiento de una ciencia del cerebro: la frenología
y su legado en el actual discurso
neurocientífico
= El
comienzo de un discurso interdisciplinar acerca
de la diferencia sexual
= “Ser
varón”: ese camino hacia la especialización
= De
la teoría celular y la embriología
= De
la selección natural
= De
la teoría localizacionista
= La
craneología y la primera ola del feminismo
= Hacia
la molecularización del discurso acerca
de la diferencia sexual
= El
descubrimiento de la neurona
= El
discurso científico en la subjetividad de la mujer
2.
DE HORMONAS, CEREBROS, GÉNERO Y FEMINISMO
= El
desarrollo de un vínculo causal entre biología
y “sentimiento”: la endocrinología y la
interpretación
moderna de la diferencia sexual
= Sinapsis
química: la idea de “comunicación interna”
llega a los cerebros
= La
producción médica del concepto de género versus
la teoría de la neuroendocrinología
= El
género desde la clínica
= La
neuroendocrinología arremete contra Money
= Money
contra Money
= El
Segundo Sexo y los feminismos de la segunda ola
= Los
feminismos y sus críticas al discurso científico
acerca de la diferencia sexual
3.
FEMINISMOS CRÍTICOS, TEORÍA QUEER, ESTUDIOS TRANS
Y LA CRISIS DEL SIDA: LA CISHETERONORMA PROYECTADA
A LOS CEREBROS
= Activismo/Teoría
Queer y Estudios Trans
= Las
neurociencias actualizan la cisheteronorma
en los cerebros
= Los
primeros pasos neurocientíficos hacia la búsqueda
de cerebros no normativos: ver homosexualidad
en el hipotálamo
= El
hipotálamo en personas: ¿por qué su centralidad
en los estudios sobre sexualidad?
= La
búsqueda del “otro sexo” en “los cerebros
no normativos”
= La
identidad de género y la interpretación de los
cuerpos intersex en el ámbito neurocientífico
= La
naturaleza cisheterosexual de los cerebros
4.
Cerebros, cuerpos y normativas de género 145
= ¿De
qué hablamos cuando hablamos de habilidad visoespacial?
= Y
el cerebro de la mujer… ¿para qué está optimizado?
Niñe,
que eso no se hace, que eso no se dice, que eso
no se toca…
= De
juguetes, conducta y neuroendocrinología:
habilidades, ¿“sexadas” o “generizadas”?
= Producir
objetividad
Innatismo
biológico no… ¿Constructivismo social?
= Tampoco
5.
NI ROSAS NI CELESTES: ¿QUÉ PINTA CON LOS CEREBROS?
NEUROGENDERING NETWORK: NEUROSEXISMO,
NEUROFEMINISMO
Y NEUROCIENCIA FEMINISTA
= Y
después de todo, ¿tienen sexo los cerebros?
= La
crítica al neodimorfismo más allá de los cerebros:
¿qué hormonas tiene esa persona que no tenga
yo?
= Sexo,
género y plasticidad… pero ¿de qué hablamos
cuando hablamos de plasticidad? Ser taxista en
Londres y encarnar roles de género
= Nuevos
materialismos feministas y epigenética
= ¿Y
qué hay de las diferencias promedio?
= Biologicismo
y polimorfismo: del cortisol a la identidad
de género, de la identidad de género a la
conducta
de juego, en un solo paso
= Reinterpretarnos
fuera de la linealidad temporal
Causa - efecto
= Conclusiones.
Biología no es destino. Reinterpretar
correlaciones:
del vínculo causal al vínculo estadístico
Lecturas
recomendadas
= Glosario
= Biologicismo
= Causalidad
Cis
= Cisheteronormatividad
Cis/trans
= Desvío
= Determinismo
= Diferencias
entre los sexos
= Dimorfismo
sexual
= Discurso
científico androcéntrico moderno
= Esencialismo
= Género
= Mujer
- varón
= Neodimorfismo
sexual
= Personas
cis intersex/personas cis endosex
= Sexo
= Sujeto
androcéntrico
= Trans
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
258
Páginas
En
formato de 14 por 21 cm
Pasta
delgada en color plastificada
Primera
edición 2022
De
la colección ciencia que ladra… serie mayor
Autor
Lu Ciccia
Editor
Siglo XXI
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
electrónico:
Celular:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
=
= = = = = = = = = = = =
Libro LA INVENCIÓN DE LOS SEXOS
ResponderEliminarGracias, estamos listos para atender
su petición en el Teléfono:
6677-146-961
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En el correo: alfonsomonarrez@gmail.com
Libro LA INVENCIÓN DE LOS SEXOS
Libro LA INVENCIÓN DE LOS SEXOS
ResponderEliminarSiglo XXI Editores publica La invención de los sexos, de Lu Ciccia, que será presentado por Siobhan Guerrero, Marisa Belausteguigoitia y la autora, en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG), de la UNAM, este jueves 6 de octubre, a las 11:00 horas, en el Auditorio Mario de la Cueva, piso 14, Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria.
¿Está el sexo en la naturaleza? ¿Quién dijo que hay dos géneros, o dos orientaciones sexuales? ¿Somos resultado de nuestras hormonas? ¿Cuánta biología hay en nuestro comportamiento, nuestros deseos, nuestra subjetividad? ¿Hay cerebros rosas y azules? ¿Los genes determinan nuestras características, nuestro modo de ser, nuestras pasiones?
La invención de los sexos responde a estas preguntas revisando evidencia y discutiendo interpretaciones. Al hacerlo, muchas de las nociones que aceptamos como verdades científicas se revelan endebles y sesgadas, cuando no escandalosamente falsas. Lu Ciccia recorre la historia de la ciencia y desmenuza los argumentos con los que el discurso científico sobre la diferencia sexual construyó legitimidad para el sistema de valores androcéntrico y la supremacía del cis varón. En paralelo, revisa los modos en que, a lo largo de esa historia, los feminismos interpelaron y cuestionaron, con distintos énfasis, la naturalización de las jerarquías. Para responder a estos desafíos, en el periplo de la modernidad, el binarismo se asentó sucesivamente en la genitalidad, en las hormonas, en la genética y, por fin, en el cerebro. Lejos de lecturas complacientes, Ciccia anota también limitaciones de distintas vertientes del movimiento feminista para producir una lectura verdaderamente revolucionaria de los cuerpos y de la diversidad.
Con rigor y claridad, Lu Ciccia explora desde la cognición y la conducta hasta el ámbito biomédico, y pone énfasis en las consecuencias que la mirada androcéntrica ha tenido y tiene sobre la descripción de qué son las enfermedades, cómo y a quiénes afectan, y cómo se tratan. Sin dejar de lado el materialismo, cuestiona la distinción tajante entre naturaleza y cultura. De allí en más, ninguna relación de causalidad queda en pie. Porque la mente es más que el cerebro, y porque el destino no está escrito en la biología
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