DOPAMINA
Libro Autores Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long
EDITOR PLANETA
PRIMERA EDICIÓN 2025
LIBRO RECOMENDADO
DESCUBRE LA MOÉCULA QUE DETERMINA CADA
ASPECTO DE LA NATURALEZA HUMANA TE ATRAPA HASTA
LA ÚLTIMA PÁGINA
Lo anterior escrito por:
David Eagleman
Neurocientífico
y autor de incognito
Una
historia de placer y euforia, amor y adicciones, locura y creatividad a través
del prisma de la molécula que domina el mundo.
¿Por
qué nos obsesionamos con las cosas que queremos y nos aburrimos cuando las
conseguimos? ¿Por qué la adicción no es una cuestión moral? ¿Por qué el amor
pasional se convierte tan rápidamente en desinterés? ¿Por qué casi todas las
dietas fracasan? ¿Por qué vivimos pegados a las redes sociales? ¿Por qué
algunas personas son liberales acérrimos y otras, conservadores extremos? ¿Cómo
logramos mantener la esperanza, incluso en los tiempos más oscuros? La
respuesta reside en una simple sustancia química de nuestro cerebro: la
dopamina.
La
dopamina es la sustancia que permitió que nuestros ancestros pervivieran. Hoy
en cambio, es la responsable de nuestro comportamiento, adicciones y del
progreso humano. Es la molécula del deseo, la que controla nuestros impulsos y
la que nos incita a buscar siempre nuevos estímulos. La dopamina es la causante
de que un trabajador ambicioso lo sacrifique todo en pos del éxito, o que
pongamos en riesgo nuestra relación más preciada por una noche de sexo con un
desconocido. Por un lado, nos sirve de motivación para superarnos a nosotros
mismos. Por el otro, nos lleva a arriesgarlo todo y fracasar en el intento.
Para
la dopamina lo importante es conseguir algo, cualquier cosa, con tal de que sea
nueva. Una vez tenemos claro el papel que juega en nuestra vida, podremos
entender de una manera revolucionaria por qué nos comportamos como lo hacemos
en el amor, los negocios, la política o la religión. Entender la dopamina nos
ayudará a predecir nuestro comportamiento. Pero también el de los demás
EN EL PRIMER CAPÍTULO:
AMOR
Toda
una vida buscando a tu media
naranja
y ahora que la has encontrado
¿por
qué se apaga la llama?
En
donde analizamos las sustancias químicas
que
hacen que quieras tener relaciones sexuales y
enamorarte,
y por qué, antes o después, todo cambia.
Shawn
limpió un trozo del espejo empañado del baño,
se
pasó los dedos por el pelo negro, sonrió. «Funcionará», dijo.
Dejó
caer la toalla y admiró su vientre plano. Su
obsesión
por el gimnasio había hecho que consiguiera unos abdominales casi perfectos. A
partir de ahí, su
mente
derivó hacia una obsesión más apremiante: no
había
salido con nadie desde febrero, lo cual era una
buena
forma de decir que no había tenido relaciones
sexuales
durante siete meses y tres días, y le afectó darse
cuenta
de haber llevado la cuenta de manera tan precisa. «Esa racha acaba esta noche»,
pensó.
En
el bar, observó las oportunidades. Había muchas
mujeres
atractivas esa noche, aunque no es oro todo
lo
que reluce. Echaba de menos el sexo, pero también
echaba
de menos tener a alguien en su vida, alguien a
quien
enviar un mensaje sin motivo alguno, alguien que
pudiera
ser una parte positiva de su cotidianeidad. Se
consideraba
un romántico, si bien esa noche se trataba
solo
de sexo.
Siguió
con la mirada a una joven que estaba de pie
con
una amiga parlanchina en una mesa alta. Era morena y de ojos castaños, y se
fijó en ella porque no vestía
el
uniforme habitual de un sábado por la noche; llevaba zapatos planos en lugar de
tacones y unos Levi’s en
vez
de ropa de discoteca. Se presentó y empezaron a
charlar
enseguida y con facilidad. Se llamaba Samantha,
y
lo primero que dijo fue que se sentía más cómoda
haciendo
cardio que bebiendo cerveza. Eso llevó a una
conversación
más profunda sobre los gimnasios locales,
las
aplicaciones de fitness y las ventajas respectivas de
hacer
ejercicio por las mañanas o por las tardes. Durante el resto de la noche, él no
se apartó de su lado, y ella
tardó
muy poco en agradecer su compañía.
Son
muchos los factores que los impulsaron a lo
que
se convertiría en una relación duradera: sus intereses comunes, lo bien que
estaban juntos, incluso las
copas
y un poco de desesperación. Pero nada de eso
era
la verdadera clave del amor. El factor primordial era
este:
ambos estaban bajo los efectos de un psicotrópico. Al igual que cualquier
persona en el bar.
Y
resulta que tú también.
¿Qué
hay más potente que el placer?
Kathleen
Montagu, una investigadora que trabajaba en
un
laboratorio del Hospital Runwell, cerca de Londres,
descubrió
la dopamina en el cerebro en 1957. Al principio, la dopamina se vio tan solo
como un modo para
que
el organismo segregara una sustancia química llamada norepinefrina, que es como
se llama la adrenalina
cuando
se halla en el cerebro. Pero los científicos empezaron a observar cosas
extrañas. Solo un 0,0005% de
las
células cerebrales segregan dopamina, una de cada
dos
millones; sin embargo, estas células parecían influir
muchísimo
en el comportamiento. Los voluntarios que
participaron
en las investigaciones sentían placer cuando se activaba la dopamina, e
hicieron grandes esfuerzos
para
desencadenar la activación de estas células escasas.
De
hecho, en las circunstancias adecuadas, fue imposible resistirse al afán por
activar la dopamina para sentirse bien. Algunos investigadores bautizaron a
la dopamina como la molécula del placer, y la vía que lleva a las
células
secretoras de dopamina a través del cerebro se
denominó
circuito de recompensa.
La
fama de la dopamina como la molécula del placer se consolidó aún más por medio
de experimentos con
drogadictos.
Los investigadores les inyectaron una mezcla de cocaína y glucosa radioactiva,
que permitió a los
científicos
entender qué partes del cerebro estaban quemando más calorías. A medida que la
cocaína intravenosa
hacía
efecto, se les pidió a los voluntarios que valoraran
el
nivel de subidón. Los investigadores descubrieron que,
cuanto
mayor era la actividad en el circuito de recompensa de la dopamina, mayor era
el subidón. Cuando el
organismo
eliminaba la cocaína del cerebro, la actividad
de
la dopamina disminuía y el subidón desaparecía. Otros
estudios
arrojaron resultados parecidos. El papel de la dopamina como la molécula del
placer quedó demostrado.
Otros
investigadores trataron de repetir los resultados, y ahí fue cuando empezaron a
ocurrir cosas inesperadas. Su razonamiento fue que es poco probable que
las
vías dopaminérgicas evolucionaran para alentar a las
personas
a consumir drogas. Seguramente las drogas
estarían
provocando una forma artificial de estimulación de la dopamina. Parecía más
bien que los procesos
evolutivos
que empleaba la dopamina estuvieran impulsados por la necesidad de motivar la
supervivencia y la
actividad
reproductora. Así pues, sustituyeron la cocaína
por
comida, esperando ver el mismo efecto. Lo que observaron sorprendió a todos.
Fue el principio del fin de
la
dopamina como la molécula del placer.
Descubrieron
que la dopamina no tiene nada que ver
con
el placer. La dopamina proporciona una sensación
mucho
más influyente. Su conocimiento resulta ser la
clave
para explicar e incluso predecir el comportamiento
en
un impresionante abanico de actividades humanas:
crear
arte, literatura y música; buscar el éxito; descubrir
nuevos
mundos y nuevas leyes de la naturaleza; pensar
en
Dios… y enamorarse.
Shawn
sabía que estaba enamorado. Sus inseguridades
se
desvanecieron. Cada día sentía que estaba a punto de conseguir un futuro
dorado. Cuanto más tiempo
pasaba
con Samantha, su ilusión por ella iba en aumento, y sus esperanzas eran una
constante. Cada vez que
pensaba
en ella le venía a la cabeza un sinfín de posibilidades. En cuanto al sexo, la
libido de Shawn era mayor
que
nunca, pero solo por ella. El resto de las mujeres
dejaron
de existir. Mejor aún, cuando intentó confesarle
a
Samantha toda esta felicidad, ella lo interrumpió para
decirle
que sentía exactamente lo mismo.
Shawn
quería estar seguro de que estarían juntos
para
siempre, así que un día le propuso matrimonio. Ella
dijo
sí.
Pocos
meses después de su luna de miel, las cosas
empezaron
a cambiar. Al principio, habían estado obsesionados el uno con el otro, pero,
con el transcurso del tiempo, ese deseo acuciante pasó a serlo menos. Creer que
todo era posible comenzó a ser menos cierto, menos obsesivo, menos el centro de
todo. Su euforia se esfumó. No eran infelices, pero la profunda satisfacción de
su primera época juntos se estaba desvaneciendo.
La
sensación de posibilidades infinitas empezó a parecer poco realista. Pensar en
el otro dejó de ser tan habitual. Shawn comenzó a fijarse en otras mujeres, aunque
sin la intención de ser infiel. La propia Samantha empezó a coquetear de vez en
cuando, pese a que no iba más allá de sonreír al estudiante universitario que
metía los alimentos en una bolsa en la cola de la caja.
Eran
felices juntos, pero el brillo inicial de su nueva vida comenzó a parecerse a
su vida anterior por separado. La magia, o lo que quiera que fuese, estaba
desapareciendo.
«Igual
que en mi última relación», pensó Samantha.
«Ya
he pasado por eso», pensó Shawn.
Macacos
y ratas y por qué el amor desaparece
En
cierto modo, es más fácil estudiar a las ratas que a los seres humanos. Los
científicos pueden hacerles muchas más cosas sin tener que preocuparse de que
el comité de ética de la investigación llame a su puerta. Para comprobar la
hipótesis de que tanto la comida como las drogas estimulan la dopamina, los
científicos implantaron electrodos directamente en el cerebro de las ratas para
poder medir de inmediato la actividad de las distintas neuronas dopaminérgicas.
Después, construyeron jaulas con tolvas para dispensar la comida en gránulos.
Los resultados fueron los esperados. En cuanto echaron el primer gránulo, los
sistemas dopaminérgicos de las ratas se activaron. ¡Bingo! Las recompensas
naturales estimulan la actividad de la dopamina al igual que la cocaína y otras
drogas.
A
continuación, hicieron algo que no habían hecho los primeros investigadores.
Siguieron adelante, controlando el cerebro de las ratas a medida que la comida
se echaba en la tolva, día tras día. Los resultados fueron totalmente
inesperados. Las ratas devoraron la comida con el mismo entusiasmo de siempre.
Estaba claro que les gustaba. Pero su actividad dopaminérgica cesó. ¿Por qué dejaba
de activarse la dopamina cuando el estímulo continuaba? La respuesta provino de
una fuente inesperada: un macaco y una bombilla.
Wolfram
Schultz es uno de los pioneros más influyentes en la experimentación con la
dopamina. Cuando era profesor de Neurofisiología en la Universidad de Friburgo,
Suiza, se interesó por el papel de la dopamina en el aprendizaje. Implantó unos
electrodos diminutos en las zonas del cerebro de unos macacos donde se
agrupaban las células dopaminérgicas. Luego metió a los macacos en un aparato
que tenía dos luces y dos cajas.
De
vez en cuando, una de las luces se encendía. Una luz indicaba que la comida se
podía encontrar en la caja de la derecha. La otra indicaba que estaba en la
caja de la izquierda.
A
los macacos les llevó un tiempo entender la regla. Al principio, abrían las
cajas al azar y acertaban más o menos la mitad de las veces. Cuando encontraban
comida, las células dopaminérgicas del cerebro se activaban, al igual que en
las ratas. Al cabo de un rato, los macacos entendieron las señales y fueron a
por la caja correcta, donde siempre estaba la comida; y entonces el momento de
la liberación de dopamina pasó de activarse cuando descubrían la comida a
hacerlo cuando veían la luz. ¿Por qué?
Ver
encenderse la luz siempre era algo inesperado. Pero en cuanto los macacos
entendieron que la luz significaba que estaban a punto de comer, la «sorpresa» que
sentían provenía exclusivamente de la aparición de la luz, no de la comida. A
partir de ahí surgió una nueva hipótesis: la actividad dopaminérgica no es
un marcador del placer. Es una reacción a lo inesperado, lo posible y la
expectación.
Como
seres humanos, experimentamos una descarga de dopamina a partir de sorpresas
parecidas y prometedoras: la llegada de una nota agradable de la persona que
amas («¿Qué pondrá?»), un correo electrónico de un amigo al que hace años que
no ves («¿Qué novedades habrá?») o, si buscas una historia de amor, conocer a
una nueva pareja fascinante en una mesa pringosa del mismo bar de siempre
(«¿Qué podría ocurrir?»). Pero cuando estas cosas pasan a ser periódicas, la
novedad desaparece, así como la descarga de dopamina, y una nota más agradable,
un correo electrónico más largo o una mesa mejor no la recuperarán.
Esta
idea simple aporta una explicación química a una eterna pregunta: ¿por qué se
desvanece el amor?
Nuestro
cerebro está programado para anhelar lo inesperado y de este modo mirar hacia
el futuro, donde empieza cualquier posibilidad emocionante.
Pero cuando todo, incluido el amor, se vuelve algo conocido, ese entusiasmo
desaparece y nos atraen otras cosas.
Los
científicos que estudiaron este fenómeno denominaron error
de predicción de recompensa al runrún que obtenemos de lo novedoso, y
significa precisamente lo que su nombre indica.
Predecimos constantemente qué va a pasar: desde la hora a la que podemos salir
del trabajo hasta cuánto dinero esperamos encontrar cuando comprobamos el saldo
en un cajero automático. Cuando o que sucede es mejor de lo que esperamos, es
literalmente un error en nuestras predicciones de futuro: a lo mejor
conseguimos salir antes del trabajo, o vemos que hay cien dólares más de lo
esperado. Este error feliz es lo que pone en marcha la dopamina. No es ni el
tiempo ni el dinero de más en sí. Es la emoción
ante la buena noticia inesperada.
De
hecho, basta la sola posibilidad de un error de predicción de recompensa para
que la dopamina entre en acción. Imagina que vas andando al trabajo por una calle
conocida, una por la que has pasado muchas veces antes. De repente, te das
cuenta de que han abierto una cafetería nueva, una que no habías visto hasta
ahora. De inmediato quieres entrar y ver qué tienen. Es la dopamina, que toma
las riendas y produce una sensación distinta a la de disfrutar del sabor, la
sensación o el aspecto de algo. Es el placer de
la expectación, la posibilidad de algo poco conocido y mejor. Te entusiasma la cafetería, a pesar de que aún no
te has comido ninguno de sus pasteles, ni has probado su café y ni siquiera
sabes qué aspecto tiene su interior.
Entras
y pides un café solo y un cruasán. Tomas un sorbo de café. Los sabores
complejos se mueven por la lengua. Es el mejor que has probado nunca. Después, le
das un bocado al cruasán. Es mantecoso y crujiente, idéntico al que te comiste
hace años en una cafetería de París. ¿Cómo te sientes ahora? Tal vez tu vida
sea un poco mejor con esta nueva manera de empezar el día.
A
partir de ahora vas a venir aquí a desayunar todas las mañanas y a tomar el
mejor café y el cruasán más crujiente de la ciudad. Se lo contarás a tus
amigos, seguramente más de lo que les interese oírlo. Comprarás una taza con el
nombre de la cafetería. Tendrás incluso más ganas de empezar la jornada gracias
a este lugar formidable. Es la dopamina en acción.
Es
como si te hubieras enamorado de la cafetería.
Sin
embargo, a veces, cuando conseguimos lo que queremos, no es tan agradable como
esperábamos. El entusiasmo dopaminérgico (es decir, la emoción ante la expectación) no
dura eternamente, porque con el tiempo el futuro se convierte en el presente.
El misterio emocionante de lo desconocido pasa a ser la aburrida familiaridad
de lo cotidiano, momento en que la dopamina ya ha hecho su trabajo, y se
instala la desilusión. El café y los cruasanes estaban tan buenos que detenerse
en la cafetería es ahora habitual. Pero, pocas semanas después, «el mejor café
y cruasán de la ciudad» pasó a ser el mismo desayuno de siempre.
Sin
embargo, no fueron el café y el cruasán lo que cambiaron, fueron tus
expectativas.
Del
mismo modo, Samantha y Shawn estaban obsesionados el uno con el otro hasta que
su relación se volvió completamente familiar. Cuando
las cosas se vuelven parte de la rutina diaria, ya no hay error de predicción
de recompensa, y la dopamina ya no se activa para darte esas sensaciones de
emoción. Shawn y Samantha se
quedaron sorprendidos mutuamente en un mar de caras anónimas en un bar, luego
se obsesionaron el uno con el otro hasta que el futuro soñado de placer
infinito se tornó en la experiencia concreta de la realidad. La labor —y la habilidad— de la dopamina para idealizar
lo desconocido llegó a su fin, por lo que la segregación de dopamina se detuvo.
La pasión aumenta cuando soñamos con un mundo de posibilidades y
desaparece cuando nos enfrentamos a la realidad. Cuando
el dios o la diosa del amor que llama a tus aposentos se convierte en el
cónyuge soñoliento que se suena la nariz en un pañuelo raído, la naturaleza del
amor, el motivo para seguir, debe pasar de sueños dopaminérgicos a.… otra cosa.
Pero ¿cuál?
Un
cerebro, dos mundos John Douglas Pettigrew, profesor emérito de Fisiología en
la Universidad de Queensland, Australia, es natural de una ciudad con un nombre
maravilloso: Wagga
Wagga.
Pettigrew tuvo una carrera brillante como neurocientífico y es célebre por
haber puesto al día la teoría de los primates voladores, que determinaba que
los murciélagos eran nuestros primos lejanos. Mientras trabajaba en esta idea, Pettigrew fue la primera persona en esclarecer cómo el
cerebro crea un mapa tridimensional del mundo. Eso parece estar muy alejado de las relaciones
pasionales, pero resultó ser un concepto fundamental para explicar la dopamina
y el amor.
Pettigrew vio que el cerebro gestiona el mundo exterior
dividiéndolo en regiones separadas: la peripersonal y la extrapersonal; básicamente, cerca y lejos. El espacio peripersonal comprende todo lo que está
al alcance de la mano, cosas que se pueden controlar en este instante usando
las manos. Es el mundo de lo real, el ahora. El espacio
extrapersonal se refiere a todo lo demás: todo lo que no se puede tocar,
a menos que vayas más allá de donde alcanza la mano, ya sea a un metro o a un
millón de kilómetros de distancia. Es el ámbito de lo posible.
Establecidas
estas definiciones, hay otro factor, obvio pero útil: dado que ir de un lugar a
otro lleva su tiempo, cualquier interacción en el espacio extrapersonal debe producirse
en el futuro. O, dicho de otro modo, la distancia está relacionada con el
tiempo. Por ejemplo, si te apetece un melocotón, pero el más cercano está en
una caja en la frutería de la esquina, no puedes comértelo ahora. Solo puedes
hacerlo en el futuro, cuando vayas a por él. Conseguir algo fuera de tu alcance
puede precisar también algo de planificación. Podría ser tan simple como
levantarte para encender la luz, caminar hasta la tienda para conseguir ese
melocotón o averiguar cómo lanzar un cohete para llegar a la Luna. Esta es la característica
que define las cosas en el espacio extrapersonal: llegar a ellas exige
esfuerzo, tiempo y, muchas veces, planificación. Por el contrario, cualquier
cosa en el espacio peripersonal se puede sentir aquí y ahora. Esas experiencias
son inmediatas. Tocamos, saboreamos, cogemos y apretamos; sentimos felicidad,
tristeza, rabia y alegría.
Esto
nos lleva a un hecho esclarecedor de la neuroquímica: el cerebro funciona en un
sentido en el espacio peripersonal y en otro distinto en el extrapersonal.
Si
estuvieras diseñando la mente humana, es lógico que crearas un cerebro que
distingue entre las cosas en este sentido: un sistema para lo que tienes y otro
para lo que no tienes. Para los hombres primitivos, la conocida frase «o lo
tienes o no lo tienes» se podría traducir por «o lo tienes o estás muerto».
Desde
un punto de vista evolutivo, la comida que no tienes es muy diferente de la que
sí tienes. Lo mismo pasa con el agua, el refugio y las herramientas. La
división es tan básica que, para gestionar el espacio peripersonal y el
extrapersonal, en el cerebro evolucionaron de forma separada las sustancias
químicas y los circuitos.
Cuando
miras hacia abajo, ves el espacio peripersonal, y, para ello, una serie de
sustancias químicas relacionadas con la experiencia en el aquí y ahora
controlan el cerebro. Pero cuando el cerebro interactúa con el espacio
extrapersonal, una sustancia química ejerce más control que todas las demás, la
sustancia asociada a la expectación y la posibilidad: la dopamina. Las cosas
distantes, las cosas que aún no tenemos, no se pueden usar o consumir, solo
desear. La dopamina tiene una labor muy específica: aprovechar al máximo los
recursos de los que dispondremos en el futuro, la búsqueda de cosas mejores.
Todos
los aspectos de la vida se dividen de este modo: tenemos una manera de lidiar
con lo que queremos y otra de lidiar con lo que tenemos. Querer una casa,
sentir ese tipo de deseo que impulsa a esforzarse por encontrarla y comprarla,
usa una serie de circuitos cerebrales distintos de los que te permiten
disfrutar de ella en cuanto es tuya. Prever un aumento de salario activa la
dopamina orientada al futuro, sensación que difiere mucho de la del aquí y
ahora al recibir un sueldo más alto por segunda o tercera vez. Y encontrar el
amor requiere un conjunto de habilidades distintas a las de lograr que este
dure. El amor debe pasar de una experiencia extrapersonal a una peripersonal:
de la búsqueda a la posesión; de algo que esperamos a algo que tenemos que cuidar.
Se trata de habilidades muy diferentes; esta es la razón por la que, con el
tiempo, la naturaleza del amor tiene que cambiar, y el motivo, para muchas
personas, de que el amor desaparezca al final del entusiasmo dopaminérgico que
denominamos romance.
Sin
embargo, muchas personas dan ese paso. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo engañan a la
seducción de la dopamina?
GLAMUR
El
glamur es una ilusión bonita —la palabra glamur significaba en su origen
literalmente ‘encantamiento’— que promete trascender la vida cotidiana y hacer
realidad la ideal. Depende de una combinación especial de misterio y gracia. Un
exceso de información rompe el hechizo.
El
glamur está presente cuando vemos cosas que estimulan nuestra imaginación
dopaminérgica y acalla nuestra capacidad para percibir con precisión la
realidad del aquí y ahora.
Un
buen ejemplo es viajar en avión. Mira hacia arriba. ¿Hay un avión en el cielo?
¿Qué tipo de pensamientos y sentimientos se desencadenan?
Muchas
personas sienten deseos de estar en el avión, viajar a lugares exóticos
lejanos, hacer una escapada sin preocupaciones que empieza con un viaje entre
las nubes. Desde luego, si estuvieras en el avión, tus sentidos del aquí y
ahora te dirían que este paraíso en el cielo se parece más a un autobús en hora
punta atravesando la ciudad: estrecho, agotador y desagradable, lo contrario de
elegante.
Asimismo,
¿qué podría haber más glamuroso que Hollywood? Actores y actrices guapos que
van a fiestas, vagan en torno a piscinas y coquetean. La realidad es bien
distinta y supone catorce horas diarias de sudar bajo los focos. Se explota
sexualmente a las actrices y se presiona a los actores para que tomen
esteroides y hormona del crecimiento a fin de conseguir los cuerpos fabulosos
que vemos en la pantalla. Gwyneth Paltrow, Megan Fox, Charlize Theron y Marilyn
Monroe han descrito experiencias de «casting de sofá» (todas excepto Marilyn
Monroe dijeron que rechazaron la oferta de mantener relaciones sexuales a
cambio de un papel codiciado). Nick Nolte, Charlie Sheen, Mickey Rourke y
Arnold Schwarzenegger han admitido que tomaron esteroides, que pueden causar
alteraciones hepáticas, inestabilidad emocional, arrebatos de violencia y
psicosis. Es un mundo sórdido.
Las
montañas no son sórdidas, sin embargo.
Son
majestuosas, se alzan en la distancia, suavizadas por el efecto borroso de
kilómetros de aire, como una fotografía de foco suave de una novia el día de su
boda. Quienes tienen unos niveles altos de dopamina quieren escalarlas,
explorarlas, conquistarlas. Pero no pueden, porque no existen. La montaña sí
existe, pero resulta imposible lograr la experiencia de estar ahí. La realidad
es que la mayor parte del tiempo estás en una montaña que ni siquiera puedes
percibir. Por lo general, estás rodeado de árboles, y eso es todo lo que ves.
De vez en cuando, quizá encuentres un mirador desde donde puedes ver una
extensa panorámica del valle. Pero, mientras miras, lo que está lleno de
promesas y belleza es el lejano valle, no la montaña en la que estás. El glamur
crea deseos que no se pueden cumplir porque son deseos de cosas que solo existen
en la imaginación.
Ya
sea un avión en el cielo, una estrella de Hollywood o una montaña distante, las
únicas cosas que pueden ser glamurosas son las que están fuera de nuestro
alcance, solo las cosas irreales. El glamur es una mentira.
Un
día durante el almuerzo, Samantha se encontró con Demarco, su último novio
formal antes de Shawn. Hacía años que no se veían, ni siquiera coincidieron en
Facebook. Le pareció tan divertido e inteligente como siempre, y en excelente
forma, además. Pocos minutos después, se puso algo sentimental otra vez. Era
algo que no sentía desde hacía mucho tiempo, una oleada de emoción y la
sensación de posibilidad con un hombre ligado a ella, alguien que parecía estar
lleno de novedades para que ella las descubriera. Él también estaba emocionado
y ansioso por compartir sus sentimientos.
Lo
primero que dijo él es lo ilusionado que estaba por estar comprometido. Su
novia era su «media naranja», y esperaba que Samantha la conociera, porque
nunca le había importado tanto alguien como esta nueva mujer tan especial.
Cuando
Demarco se marchó, Samantha decidió que era un buen día para beber. Fue al bar
y pidió una ración de nachos y una cerveza Miller Lite, y se pasó la media hora
siguiente jugueteando con la etiqueta.
Quería
a Shawn, de verdad, ¿o no? Llevaban casi todo un año atrapados en la rutina. Lo
que ella quería era esa sensación con Demarco. La había tenido antes con Shawn,
pero ya no.
EL LADO OSCURO
La
dopamina tiene un lado oscuro. Si pones un gránulo de comida en la jaula de una
rata, el animal tendrá un pico de dopamina. ¿Quién diría que el mundo es un lugar
donde la comida cae del cielo? No obstante, si se sigue echando comida cada
cinco minutos, la segregación de dopamina cesa. La rata sabe cuándo esperar la comida,
por lo que la sorpresa no existe y no hay error
en
las predicciones de la rata a la hora de recibir una recompensa. Pero ¿qué pasa
si echas la comida aleatoriamente para que siempre sea una sorpresa? Y ¿qué
pasa si sustituyes las ratas y la comida por personas y dinero?
Imagina
un casino concurrido con una mesa de blackjack llena de gente, una partida de
póquer con apuestas altas y una ruleta que gira. Es el paradigma de la ostentación
en Las Vegas, pero los operadores de casinos saben que no es en estas partidas
de jugadores empedernidos donde se gana más. Eso se consigue en las modestas tragaperras,
tan adoradas por los turistas, los jubilados y los jugadores habituales que
pasan a diario varias horas entre luces centelleantes, sonidos de campanillas y
chasquidos de ruedas. En el diseño actual de un casino se dedica la friolera
del 80% del espacio a las tragaperras, y por un buen motivo: estas constituyen
la mayor parte de los ingresos por juego del casino.
Uno
de los principales fabricantes de tragaperras a nivel mundial pertenece a una
empresa llamada Scientific Games. La ciencia desempeña un papel importante en
el diseño de estas máquinas irresistibles. Aunque las tragaperras se remontan
al siglo XIX, las mejoras modernas se basan en el trabajo pionero del
conductista B. F. Skinner, que en la década de 1960 determinó los principios de
la manipulación de la conducta.
En
un experimento, Skinner puso una paloma en una caja. Vio que podía
condicionarla a que picoteara una palanca para obtener comida. En algunos
experimentos se usó un picotazo, en otros diez, pero el número requerido no
cambiaba nunca en el transcurso de cada experimento. Los resultados no fueron
especialmente interesantes.
A
pesar del número de presiones necesarias, cada paloma picoteaba la palanca como
un funcionario sella un montón inacabable de documentos.
Después,
Skinner probó algo diferente. Llevó a cabo un experimento en el que el número
de presiones necesarias para que saliera el alimento cambiaba al azar.
La
paloma nunca sabía cuándo llegaría la comida. Cualquier recompensa era
inesperada. Las aves empezaron a excitarse. Picoteaban más deprisa. Algo las
estaba estimulando para esforzarse más. Se había utilizado la dopamina, la
molécula de la sorpresa, y así surgió la base científica de las tragaperras.
Cuando
Samantha vio a su antiguo novio, la invadieron otra vez todos los sentimientos:
ilusión, posibilidades, especial atención, nervios. No estaba buscando una aventura,
ni falta que hacía. La aparición de Demarco y el sueño semiconsciente de tener
otra oportunidad para vivir una emoción apasionada fue un regalo inesperado para
su vida afectiva, y esa sorpresa era el origen de su entusiasmo. Samantha,
claro está, no lo sabía.
Ella
y Demarco decidieron verse otra vez para tomar algo, y la cosa fue bien. Quedaron
para comer al día siguiente, también, y enseguida sus encuentros pasaron a ser
una «cita» fija. Los sentimientos son excitantes.
Se
tocan cuando hablan. Se abrazan cuando se separan. Cuando están juntos, el
tiempo vuela, como cuando salían antes, y al pensar en ello, así solía ser con
Shawn.
«Tal
vez Demarco sea mi alma gemela», piensa. Sin embargo, si se entiende el papel
que juega la dopamina, es evidente que esta relación no es algo nuevo. Es otra
repetición más del entusiasmo motivado por la dopamina.
La
novedad que provoca que la dopamina se active no dura eternamente. Cuando se
trata de amor, la desaparición del romance apasionado siempre se producirá
tarde o temprano, y luego llega el momento de elegir.
Podemos
pasar a un amor que se alimenta del aprecio diario por la otra persona en el
aquí y ahora o podemos poner fin a la relación e ir en busca de otra montaña rusa
de emociones. Elegir el chute dopaminérgico cuesta poco, pero se acaba
enseguida, como el placer de comerse un pastelito. El amor duradero pone más el
acento en la experiencia que en la expectación; se pasa de la fantasía de que
todo es posible al compromiso con la realidad y todas sus imperfecciones. La transición es difícil, y cuando el mundo nos ofrece
una salida fácil a una tarea difícil tendemos a cogerla. Por eso,
cuando cesa la activación de la dopamina al principio de un romance, muchas
relaciones también llegan a su fin.
El
enamoramiento es una vuelta en un tiovivo que se encuentra en la base de un
puente. Este tiovivo puede darte vueltas y más vueltas en un bonito viaje
tantas veces como quieras, pero siempre te dejará en el lugar de partida. Cada
vez que la música se detiene y tienes de nuevo los pies en el suelo, debes
tomar una decisión: dar otra vuelta o cruzar ese puente hacia otro tipo de amor
más duradero.
MICK JAGGER, GEORGE COSTANZA
Y SATISFACTION
Cuando
Mick Jagger cantó por vez primera (I Can’t Get No) Satisfaction! en 1965, no podíamos
saber que iba a predecir el futuro. Como contó Jagger a su biógrafo en 2013, ha
estado con unas cuatro mil mujeres, una pareja distinta cada diez días de su
vida adulta.
Hay
que constatar que Mick no siguió con «... y al llegar a cuatro mil, al fin
encontré la satisfacción. ¡Se acabó!». Seguramente, no se detendrá mientras pueda.
Así pues, ¿cuántos amantes se necesitarían para lograr «satisfacción»? Si
hubieras tenido cuatro mil, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la
dopamina está dirigiendo tu vida, al menos en lo que al sexo se refiere. Y la
directriz principal de la dopamina, es más. Aunque Mick persiga la satisfacción
otro medio siglo, aun así, no la conseguirá. Su idea de la satisfacción no es
en absoluto la satisfacción. Es la búsqueda, impulsada por la dopamina, de la molécula que
cultiva la eterna insatisfacción. En cuanto se acuesta con una amante, su
objetivo inmediato será encontrar otra.
En
este sentido, Mick no está solo. Ni siquiera es algo insólito. Mick Jagger es
tan solo una versión segura de sí mismo del George Costanza televisivo.
En
casi todos los episodios de Seinfeld, George se enamora. Tardaba un tiempo
absurdo en conseguir una cita, y era capaz de casi todo con tal de que acabara
en sexo. Imaginaba a cada nueva mujer como una posible compañera de vida, la
mujer perfecta que lo acompañaría con gusto por siempre jamás. Pero todos los
seguidores de Seinfeld saben cómo acaban estas historias. George se volvía loco
por la mujer hasta que ella le devolvía su afecto.
Cuando
las intentonas cesaron, lo único que quería era largarse. George Louis Costanza
era tan adicto al subidón de dopamina al ir en busca de una aventura que se
pasó toda una temporada intentando liberarse del compromiso con la única mujer
que seguía queriéndolo, a pesar de las cosas horribles que él hizo. Y cuando su
novia murió al lamer el pegamento tóxico de los sobres de sus invitaciones de
boda, George no se quedó destrozado. Se sentía aliviado, incluso alegre. Estaba
como loco por volver a ir de caza. Mick es como George, y George es como todos
nosotros. Disfrutamos de la pasión, la atención, el entusiasmo, la emoción de
encontrar un nuevo amor. La diferencia reside en
que la mayoría de nosotros entendemos en algún momento que la dopamina nos
engaña. A diferencia del antiguo
vendedor de látex para Vandelay Industries y del vocalista de los Rolling
Stones, logramos entender que la siguiente mujer hermosa u hombre guapo que
veamos no es seguramente la llave a la «satisfacción».
—¿Cómo
está Shawn? —dijo la madre de Samantha.
—Bueno...
—Samantha pasó el dedo por el borde de su taza de café—. No está siendo como
esperaba.
—¿Otra
vez?
—Ya
estamos… —dijo Samantha.
—Solo
estoy diciendo que Shawn parece un buen tipo.
—Mamá,
no quiero jugar a «dar las gracias por lo que tengo».
—No
es la primera vez. ¿Te acuerdas de Lawrence?
¿Y
Demarco? —Samantha se mordió el labio—. ¿Por qué
no
puedes disfrutar de lo que tienes?
LAS CLAVES QUÍMICAS
PARA EL AMOR DURADERO
Desde el punto de vista de la dopamina, tener cosas no es
interesante. Lo único que importa
es conseguirlas. Si vives bajo un puente, la
dopamina hace que quieras una tienda de campaña. Si vives en una tienda de
campaña, la dopamina hace que quieras una casa. Si vives en la mansión más cara
del mundo, la dopamina hace que quieras un castillo en la luna. La dopamina no
tiene un estándar para lo bueno ni busca una línea de meta. Los circuitos dopaminérgicos
del cerebro solo se pueden estimular mediante la posibilidad de cualquier cosa
que sea resplandeciente y nueva, sin importar lo bien que vaya todo en ese
momento. El lema de la dopamina es «Más».
La
dopamina es uno de los incitadores del amor, el origen de la chispa que activa
todo lo que viene después.
Pero
para que el amor continúe más allá de esta etapa, la naturaleza de la relación
amorosa tiene que cambiar porque la sinfonía química que hay detrás cambia. La dopamina no es la molécula del placer, al fin y al
cabo.
Es la molécula de la ilusión. Para disfrutar de lo que tenemos, a
diferencia de lo que solo es una posibilidad, nuestro cerebro debe pasar de una
dopamina orientada al futuro a sustancias químicas orientadas al presente, una
colección de neurotransmisores a los que llamamos
las moléculas del aquí y ahora. Mucha gente ha oído hablar de ellas.
Comprenden la serotonina, la oxitocina, las endorfinas (la versión cerebral de
la morfina) y un tipo de sustancias químicas llamadas endocanabinoides (la
versión cerebral de la marihuana). A diferencia
del placer de la ilusión generado por la dopamina, estas sustancias químicas
nos proporcionan placer a partir de las sensaciones y las emociones. De hecho, una de las moléculas endocanabinoides
se denomina anandamida, llamada así por una palabra sánscrita que significa
‘alegría’, ‘dicha’ y ‘placer’.
Según
la antropóloga Helen Fisher, el enamoramiento o amor «apasionado» dura solo de
doce a dieciocho meses. Pasado ese tiempo, para que una pareja siga unida,
tiene que desarrollar una clase de amor distinto llamado amor de compañeros. En
el amor de compañeros intervienen las moléculas del aquí y ahora, porque
entraña experiencias que se están produciendo aquí mismo y ahora mismo: estás
con quien amas, así que disfrútalo.
El
amor de compañeros no es un fenómeno exclusivo de los seres humanos. Lo
observamos en especies animales que se unen de por vida. Su comportamiento se
caracteriza por una defensa conjunta del territorio y la construcción del nido.
La pareja unida se alimenta mutuamente, se acicala mutuamente y comparte las labores
parentales. Ante todo, ambos permanecen juntos y dan muestras de ansiedad
cuando se separan. Lo mismo pasa con los seres humanos. Los seres humanos llevan
a cabo actividades parecidas y tienen sentimientos similares, sobre todo de
satisfacción por la existencia de otra persona cuya vida está íntimamente
ligada a la suya propia.
Cuando
las moléculas del aquí y ahora toman el control en la segunda etapa del amor,
la dopamina se inhibe.
Ha
de ser así porque la dopamina ofrece a nuestra mente el panorama de un futuro
prometedor que nos incita a esforzarnos todo lo necesario para hacerlo
realidad. La insatisfacción con la situación actual es un ingrediente importante
para lograr el cambio, que en eso consiste sobre todo una nueva relación. El
amor de compañeros del aquí y ahora, por otra parte, se caracteriza por una satisfacción
profunda y duradera con la realidad actual y por una aversión al cambio, al
menos en lo que respecta a la relación con la pareja. De hecho, pese a que la
dopamina y los circuitos del aquí y ahora pueden funcionar juntos, en la
mayoría de las circunstancias se contrarrestan. Cuando los circuitos del aquí y
ahora están activados, nos vemos impulsados a percibir el mundo real que nos
rodea, y la dopamina se inhibe; cuando los circuitos dopaminérgicos se activan,
nos desplazamos a un futuro de posibilidades, y las moléculas del aquí y ahora
se inhiben.
La
experimentación en laboratorio corrobora esta idea. Cuando los científicos
observaron los glóbulos sanguíneos extraídos de personas que estaban en la fase
pasional del amor, hallaron niveles más bajos de receptores de serotonina del
aquí y ahora en comparación con personas «sanas», un indicador de que las
moléculas del aquí y ahora estaban retirándose.
No
es fácil decir adiós a la emoción dopaminérgica que generan las nuevas parejas
y el deseo pasional, pero la capacidad para hacerlo es una señal de madurez y
un paso hacia la felicidad duradera. Pensemos en un hombre que planea unas
vacaciones en Roma. Pasa semanas programando cada día, asegurándose de que
podrá visitar todos los museos y lugares de interés de los que tanto ha oído
hablar. Pero cuando se encuentra en medio de las más bellas obras de arte jamás
creadas, piensa en cómo va a ir hasta el restaurante que ha reservado para
cenar. No es que no aprecie contemplar las obras de Miguel Ángel.
Se
trata tan solo de que su personalidad es principalmente dopaminérgica: disfruta
con la ilusión y la planificación más que llevando algo a cabo. Los amantes
sienten la misma desconexión entre la ilusión y la experiencia. La primera
etapa, el amor apasionado, es dopaminérgica: estimulante, idealizada, curiosa,
con miras al futuro. La última etapa, el amor de compañeros, se centra en el
aquí y ahora: gratificante, tranquila y vivida a través de los sentidos
corporales y las emociones.
Una
historia de amor basada en la dopamina es una locura emocionante, aunque breve,
pero las características químicas del cerebro nos proporcionan los instrumentos
para emprender el camino que conduce al amor de compañeros. Al igual que la
dopamina es la molécula del deseo obsesivo, las sustancias químicas más
asociadas con las relaciones duraderas son la oxitocina y la vasopresina. La
oxitocina es más activa en las mujeres, y la vasopresina, en los hombres.
Los
científicos han estudiado estos neurotransmisores en el laboratorio en diversos
animales. Así, por ejemplo, cuando los investigadores inyectaron oxitocina en el
cerebro de las hembras de topillo de la pradera, los animales formaron un
vínculo duradero con cualquier macho que estuviera cerca. De forma parecida,
cuando a los topillos macho, que estaban programados genéticamente para ser
promiscuos, se les puso un gen que estimulaba la vasopresina, se aparearon con
una sola hembra, aunque hubiera otras hembras en celo. La vasopresina actuaba
como una «hormona del buen marido». La dopamina hace lo contrario. Los seres
humanos que tienen genes que segregan niveles altos de dopamina son los que
tienen más parejas sexuales y su primera relación sexual a una edad más
temprana.
Muchas
parejas tienen relaciones sexuales con menos frecuencia a medida que el amor
dopaminérgico obsesivo evoluciona hacia un amor de compañerismo del aquí y ahora.
Esto tiene sentido, ya que la oxitocina y la vasopresina inhiben la liberación
de testosterona. De forma parecida, la testosterona
inhibe la liberación de oxitocina y vasopresina, lo que ayuda a explicar por
qué los hombres con niveles naturales altos de testosterona en sangre son menos
propensos a casarse. Del mismo modo, los hombres solteros tienen más
testosterona que los casados. Y si el matrimonio de un hombre se vuelve
inestable, su vasopresina desciende y su testosterona aumenta.
¿Necesitan los seres humanos una compañía duradera?
Existen pruebas fiables de que la
respuesta es sí.
A pesar del atractivo frívolo de tener muchas parejas,
la mayoría de las personas
sientan la cabeza con el tiempo.
Un
estudio de las Naciones Unidas reveló que más del 90% de los hombres y las
mujeres se casan a los cuarenta y nueve años. Podemos vivir sin un amor de
compañeros, pero la mayoría de nosotros nos pasamos buena parte de la vida
tratando de encontrarlo y conservarlo.
Las
moléculas del aquí y ahora nos dan la capacidad de hacerlo. Nos permiten hallar
satisfacción en lo que nos ofrecen nuestros sentidos, que está justo delante de
nosotros, y en lo que podemos sentir, sin la molesta sensación de que
necesitamos algo más.
ÍNDICE:
Introducción.
Arriba contra abajo
1.
Amor
2.
Drogas
3.
Dominio
4.
Creatividad
y locura
5.
Política
6.
Progreso
7.
Armonía
Agradecimientos
Índice
temático
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
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Celular
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Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
DOPAMINA
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